Roger McOg y la vida

Lección 02: Y ahora, aprende a hablar

¿Os acordáis del mes pasado cuando Roger os enseñó la diferencia entre callarte y vivir, y hablar cuando no hay que hablar y marcharte calentito a casa? Bien, espero que os haya servido de algo.

Lección 02: Y ahora, aprende a hablar

Pero ojo, que no todo es callarse en esta vida, como dice el gran Roger: “Aprendí a callarme y me costó desaprender.” Muy gallego él. Para que no os convirtáis en personas emocionalmente inestables que tienen fobia a pedir la hora por la calle, os voy a poner, de la mano de McOg, el ejemplo contrario.

Más o menos en la misma línea temporal del anterior capítulo, ocurrió que el mozo fue a la peluquería a cortarse el pelo. Se trataba de un local de dos plantas, la inferior para las mujeres y la superior para los hombres. ¿Qué? ¿Cómo? ¿Qué ultraje es este? ¡Eso es sexista! Claro, como pensáis que las mujeres son inferiores a los hombres, se quedan con la planta de abajo. Y los hombres, claro ejemplo de la perfección en esta sociedad falocentrista, se quedan con la planta alta. O también, que la proporción de clientes era de 8 mujeres/2 hombres y claro, no vamos a estar subiendo y bajando cada dos por tres, porque para hacer piernas, se va uno a patearse el Camino de Santiago. Pero bueno, que me voy del tema. El caso es que Roger, a sus 13 añitos, ya era perfectamente capaz de sacarse las castañas del fuego…y quemarse las manos. Abundantemente. Tercer grado, me atrevería a decir.

Entró en la peluquería, saludó cordialmente a todo el mundo, y esperó a que le atendiesen. Una de las peluqueras se le acercó y le indicó que subiera al piso superior y esperase un poco que en seguida iría una compañera suya a atenderle. Bien, pues allí que subió por las escaleras y se plantó en uno de esos sillones cómodo-incómodo que hay en todas las peluquerías de España. Comodísimo si vas a usarlo diez minutos a lo máximo, insufriblemente incómodo si te vas a pasar el resto de tu vida allí. En una mesita baja de cristal había depositado un pequeño montón de revistas con las esquinas dobladas y algunas páginas sueltas. Y para seguir con mi rollo espabilacabezas, ¿por qué hay revistas de cotilleos para las mujeres y de coches, motos o tatuajes para los hombres?, ¿por qué nunca nos encontramos un ejemplar de una revista cultural?, o incluso una para niños, que hasta la fecha, he oído que también se cortan el pelo.  ¿Veis? Eso sí que es sexista.

¿Qué me pasa hoy?

El joven Roger esperó. Esperó, esperó, esperó. Y esperó un poco más. Siguió esperando y por allí no pasaba ni el tato. Se había leído todas las revistas que había en la mesa. Había aprendido la diferencia entre un coche y una moto y sobre qué tipo de tatuajes se llevaban en los tempranos dosmiles. Pero nada, estaba más solo que un hijo de puta en el día del padre. Así que se le ocurrió la única solución posible para el entuerto en el que se hallaba metido. Llamar a mami.

Pi.-pi.-piiiiiii….
—¿Roger? ¿Qué te pasa?
—Jo, mamá, que llevo casi tres horas en la peluquería y todavía no me han atendido.
Pi……..

A los cinco minutos, Doña McOg se presentó en la peluquería dispuesta a salvar a su retoño de la incompetencia empresarial. Se encaró ante la encargada de la tienda y le preguntó por el paradero de Roger. Con un encogimiento de brazos que gritaba a los cuatro vientos lo poco que le importaba el asunto, la mujer respondió que su hijo no se encontraba en el establecimiento.

—Acabo de hablar ahora mismo por teléfono con él y me ha dicho que está arriba esperando. Es más, lleva tres horas esperando, mi pobrecito.

Inmediatamente, madre, encargada, peluqueras y un par de señoras cotillas subieron en tropel al piso superior para encontrarse con un relajado Roger que ojeaba las revistas por segunda vez mientras hacía un penoso intento de beat box.

—Hola —dijo con timidez.
—Anda, que menos mal que ha venido tu madre, porque imagínate que nos olvidamos de ti y cuando fuéramos a limpiar, te encontrásemos aquí. Menudo susto.

“Seréis desgraciadas,”—pensó Roger–. “¿Lo único que os preocupa es que os de un susto en vez de que me hayáis hecho esperar tres horas?”.

—Ya, jeje —dijo con una sonrisa.

Al final, Roger consiguió su corte de pelo. ¿Le hicieron rebaja? ¿No se lo cobraron por las molestias? ¡No! Le tocó pagar todo, tacatá. No se les vio preocupadas a las muchachas, no.

¿Podría haber conseguido un corte de pelo gratis si hubiera dicho algo? Probablemente. ¿No tendría que haber esperado tres horas si hubiera bajado a decir algo en la primera media hora de espera? Totalmente.

Así que, por favor, hablad, haceos oír porque si no os pasarán cosas peores que esperar tres horas en una peluquería. Aunque no creo que haya nada tan malo como estar tres horas aguantando el olor de la laca. Y sobre todo, sobre todo, no hagáis ir a vuestra pobre madre a salvaros la vida.