Relatos

Noche estrellada

Las líneas continuas de la carretera pasan ante mis ojos como rayos lácteos.
El aire agita mi pelo. Entorno los ojos y miro al cielo mientras Elvis Presley sigue meneando sus caderas sobre el salpicadero. Y todo porque he sacado la cabeza por la ventanilla para hablarte a ti, noche estrellada.

En tus constelaciones se encuentran los mapas de los caminos. Sólo hay que fijarse en la estrella más hermosa para encontrar un futuro hacia el que avanzar. Porque en ti hay movimiento y así es como me gusta. Con introducción, nudo y desenlace. Con sorpresa final. No me gustan los relatos que estampan sobre sus muros las imágenes de otros.

Noche estrellada

Ahora el auto rebota en la carretera llena de baches y las contorsiones del Rey me producen angustia. Es la perversión de la imagen convertida en icono.

Cantantes, actores, modelos. Tabacos, bebidas, coches y sopas. Clubs de jóvenes cadáveres. Todo es lo mismo. Imágenes sin carne, ni huesos, ni sangre. Fotos sin respiración ni palpitaciones. Hombres de hojalata con los que nos adornamos porque nos gusta sentirnos cerca de lo que nos gusta. Será que confiamos en algún tipo de contaminación espiritual.

Es más directo explicar la música que escuchas, que mostrar la que compones. Comentar lo que lees, que enseñar lo que escribes. Recitar versos de otros, que atreverte con tus propias rimas. Es más fácil rugir todas las críticas, que crear desde la nada.

¿Y qué hay dentro de un ser que ni compone, ni cocina, ni hace versos? Tal vez sólo exista “el gusto” acompañando al vacío más absoluto. Un abismo al que sólo puedes asomarte agarrado a esos iconos que te contagian de fe.

James Dean, Marilyn Monroe, Jim Morrison, Janis Joplin, Jimmy Hendrix, Kurt Cobain…Y Elvis con su traje de lentejuelas bendiciéndolos a todos. Tupelo en las patillas fetichistas a prueba de viajes en el tiempo. Admiradores de cualquier parte del mundo, de todos los sexos y edades sueñan con ser Elvis y desdeñan la realidad ¿La qué? La realidad. Sí, aquello que queda cuando te quitas el disfraz.

Todos tenemos un Graceland, una tumba que adorar, un cadáver a través de cual definirnos. Somos seres conceptuales. Pop Art serigrafiado para decorar los pasillos del aburrimiento. Y aunque nunca me lo hayan preguntado, hoy a ti, cielo estrellado, te explicaré que les hubiera dicho que el Surrealismo Pop es más de mi gusto. La historia que subyace bajo el símbolo.

Pero nunca me escuchan cuando ladro. Creen que sólo pienso en comer, y me llaman cariñosamente “gordito” a pesar de mis lamentos. Porque cada noche, cuando me quitan el disfraz de Elvis y me quedo a solas con mi realidad canina, me atrapa el desconsuelo.

Y entonces recuerdo la historia del cura que tuvo que escoger entre la religión o su amada. No recuerdo quien la escribió, ni quien me la explicó. Pero se repite en mi mente como un disco rallado. Será por la impresión que me causó ese hombre aturdido que escogiendo el amor lo perdió todo. Porque ella, de lo que estaba enamorada, en realidad, era de sus hábitos de monje. Y al quitárselos, le abandonó.

Del mismo modo, noche estrellada, a todas horas temo ser abandonado en cualquier carretera. Y posiblemente ese será mi destino el día que pierda mi peluca de Elvis.

¡Guau!

© Ilustración: Bouman