Relatos

Te parecías tanto a Johnny Cash

Dejé atrás tristes luces navideñas y la cantinela lánguida de los villancicos. Dejé atrás la fiesta obligada y me refugié en un pequeño antro donde se anunciaba un espectáculo para corazones solitarios.

Te parecías tanto a Johnny Cash

Entré. Me uní al resto de mujeres que esperaban ansiosas tu actuación. Y como ellas, me emocioné cuando se encendieron los focos y se hizo el silencio.

Entonces, con humildad de chico de barrio, sin ocultar tus nervios, plantaste tu oscuridad en medio del escenario y escondido tras tu guitarra te pusiste a cantar.

¿Te fijaste en nuestras miradas?

Te observábamos hundidas en las butacas. Tu presencia nos hipnotizaba. Nos hacías vibrar con las flores oscuras de tu voz. Y nos atrapaba el deseo. Cantabas para todas y cada una de nosotras. Éramos tus chicas, tus meretrices, tus lejanas amigas que te llenábamos de besos. Tus fans histéricas que lanzábamos sostenes perfumados, porque tú sabías tejer coronas silvestres con nuestros sueños y convertirlos en versos.

Por eso te amábamos. Por contarnos historias, por ser tierno, por cuidarnos. Por no ser el troglodita que agita el garrote con violentas palabras. Por no tener la sensación de que ibas a agarrarnos del pelo para arrastrarnos hasta la cueva.

Contigo se podía jugar. Eso se notaba, se olía. Tenías ese algo que enciende a las mujeres.

Tras la actuación te encontré bajo un abeto adornado, cantándole a una sirena. Dudé por un momento. Temí por todos. Sólo era un juego, pero podíamos perder el alma. Y entonces vi las alas del ángel y supe que podía jugar tranquila, que podía ser Wendy meando tras los arbustos. Entrometiéndome, espiando, follando contigo, follando con ella, follándome a ambos en la más completa de las combinaciones.

Observé el manoseo juvenil que acabó desabrochando la bragueta y liberando tu polla sonrosada. Erguida, hermosa y divertida, mi amiga se agarraba a ella y la sacudía y la sacudía y la sacudía, para darte placer.

Deseé sentir tu polla revoloteando por mi cuerpo. Bebérmela entera, empaparme en tu esencia. Creo que empecé a correrme en el preciso momento en que sentí tu deseo ilimitado.

Y entonces, esta gata caliente no pudo resistir más la tentación, y se apuntó a la fiesta. Retiré las bragas de nuestra amiga y le metí los dedos dentro del coño mientras ella seguía agitando tu cetro fantástico. Sentí su calor. Nos comunicamos y supimos que íbamos a turnarnos. Porque las dos deseábamos descubrir el sabor de la traviesa serpiente que iba a atravesarnos.

Te lamimos ansiosas. Te chupamos entre las dos. Te acariciamos las piernas, el interior de los muslos… Jugueteamos con tus cojones comprimidos. Tú eras el sol y nosotras las estrellas.

Me excitaba ver cómo le agarrabas por las nalgas y se la metías, embistiéndola a velocidad diabólica. A ella le gustaba que la mirase, gemía sonriendo. Se sacó la camiseta y dejó los pechos al aire que rebotaban como globos de una fiesta infantil por encima de la falda arremangada, mientras tus manos agarraban ese cuerpo que poseías porque todos queríamos que así ocurriera. Porque estábamos gozando.

Besé los dedos de tu mano antes de que me hundieras un dedo en el culo. A ella le gustaba ver cómo me sodomizabas. Se reía y se acariciaba el surco que aún necesitaba más dedos, más bocas y más polla, para morir de placer. Se apuntó a los azotes. Uno tú, uno ella. Podíais haber conseguido que me desmayara.

Esa tarde de invierno, intercambiamos susurros, caricias y besos, bajo un árbol iluminado. Esa esplendorosa tarde de invierno, no hubo boca vacía ni sexo desolado. Nadie tuvo edad, ni religión. Ni peso, ni tamaño.

Entre tres resultó fácil mantenerse ocupado. Una chica en cada brazo. Tu hermosa polla acariciándome las tetas. Mis manos agitando ese delicioso clítoris con sabor a mar. Tu polla metiéndose en el coñito estrecho de mi amiga. Mis dedos buscando tu erección dentro de su ano. Su saliva en mis pezones. Su lengua rodeándome la boca. Tu delicadeza descubriendo mi interior y ella hurgando en mi vagina. Coños, polla, dedos, bocas. Fluidos, semen, musgo, saliva, guirnaldas de flores. Una bonita tarde de invierno. Un rapsoda y dos aldeanas. El cielo desplomando su azul pálido.
El sol y dos estrellas brillando.

¡Feliz Navidad!

© Ilustración: Maribel Carod