00:30h y estás delante del ordenador: anuncios de pisos para citas, webcams y otras webs porno.
Seguramente tan solo ves en mí un cuerpo bonito, una cara rara, una guarra con la que fantasear un rato antes de irte a dormir. Te la cascas y se acabó, a seguir con lo que andabas haciendo antes de ponerte palote, quizás esta vez busques otro vídeo de otra tía porque no has tenido suficiente o te irás a dormir pensando que eres afortunado de que tu novia no sea como las tías que hacen porno.
De todo esto eres plenamente consciente, lo haces prácticamente a diario. Lo que no sabes es que has ignorado algo importante, un mensaje encriptado que se ha quedado enquistado en tu psique y que cada vez va a calar más hondo en ella, de ti, esparciéndose como un virus, mutando en tu interior y del que no hay cura.
Has participado activamente de la emancipación sexual de esa mujer, has sido espectador de la lucha feminista en pro a la libertad sexual de todas las personas, observando a alguien que ejerce la libertad de mostrar su realidad erótica por todo lo alto, toda una declaración de principios que va a calarte hasta los huesos. Te han hackeado, te han usado.
Una tía follando, comiéndose un coño sin tapujos, atragantándose con la polla de otra mujer, siendo masturbada por su pareja o azotando a un sumiso. Una mujer que ha vomitado en tu cara su libertad de exhibirse y te lo has tragado. A esa chica le da igual tu opinión, para ella ser puta no es más que un oficio y ser una guarra todo un orgullo, una razón de existir, una forma de crear.
Así que ahí estás, cascándotela frente a la pantalla mientras observas un campo de batalla. Su escena y tu paja como acto subversivo.