Una de las grandes revoluciones generadas por Internet radica en la facilidad para labrarse un futuro, generar una marca y lanzar un mensaje sin necesidad de tener una gran corporación apoyándote detrás. Me siento como Cristian Bale en American Psycho. Soy un locutor independiente, no independentista…
Las calles de Wall Street están asfaltadas con los sueños rotos de algún locutor de radio que soñaba con poner el último éxito de moda. Eso me susurra Michael Douglas, mientras me confiesa el estado de mis finanzas.
¡Un ejemplo al azar! Uri Sabat es un joven catalán que estaba en el lugar adecuado en el momento adecuado, tuvo la fortuna de ser el becario de Josep Lobató en los tiempos primigenios del legendario PAP de Radio Flaixbac. Su papel en el programa fue aumentando conforme la popularidad del formato crecía, generaba productos paralelos e incluso cambiando de emisora. El colmo de las casualidades llegó con la enfermedad de Lobató, quedando Sabat como único presentador del formato y saltando finalmente a la televisión.
Hasta aquí todo correcto, una trayectoria envidiable con varios premios y seguramente mucho dinero en la cuenta corriente. Por desgracia, Sabat como cientos de miles de locutores, se dejó devorar por las grandes corporaciones y esos logotipos tan bonitos que suelen tener.
La temporada pasada su programa de radio fue retirado y pocas semanas después su programa de televisión corrió la misma suerte. En menos de dos meses Uri se queda fuera del abrigo de las grandes empresas, que simplemente te apoyan hasta que ya no eres necesario.
Ahora comenzará un largo camino sufriendo el horroroso síndrome de “padre & madre” hasta que encuentre una nueva corporación que le acoja en sus filas.
Son millones los locutores de radio-fórmula que tras cinco o seis años presentando éxitos encadenados son lanzados a la papelera cual caramelo que ya no conserva su sabor de fresa artificial. Para el recuerdo quedaran un montón de fotos en Instagram donde chuleaban delante del logotipo de marras, para demostrar que forman parte de una gran familia que realmente no les quiere. La cantidad de presentadores que finalmente pasaran a la historia, por encima de empresas y marcas, es ridículamente inferior en comparación con todos aquellos que caerán por la trituradora corporativa.
Durante décadas servidor soñaba con ser uno de ellos, cuando asistía a la academia de radio pasaba cada tarde por la puerta de Los 40 Principales suspirando y soñando que fabulosa fotografía me haría mi primer día de trabajo. Obviamente ese día nunca llegó, la foto nunca se materializó y ahora mismo los suspiros son de alivio.
El Secreto de mi Éxito es una divertida película protagonizada por Michael J Fox donde comprobamos que triunfar en la gran ciudad es un arma de doble filo. En Internet las cosas tampoco son perfectas y ciertos síndromes enfermizos se clonan sin remedio generando montones de locutores que crean sus propias cadenas de radio online, sin percatarse que están cavando su propia tumba. En la era digital, formar parte de una masa borrega agrupada bajo un mismo logotipo es un error con graves consecuencia. Tenemos una magnífica oportunidad para destacar y crear nuestra propia personalidad, pero algunos insisten en querer formar parte de una procesión de orugas peludas. Como decía el gran Groucho, nunca debemos aceptar entrar en un club que realmente nos acepte tal y como somos.
¡Yo tuve mucha suerte! Fui rechazado por las grandes corporaciones, despedido y apartado cuando menos lo merecía. Obviamente en aquel momento la puñalada fue dolorosa, ahora es una bendición que merece un marco dorado.
Soy un tipo excesivamente cabezota que supo aprovechar los tropezones, Emporio Salgado es el resultado de ser rechazado por las trituradoras borregas.
En Internet no hacen falta corporaciones, simplemente necesitas un equipo de gente que apoye tu creatividad. Un comercial que venda tus productos, un programador que pueda dar forma a las palabras y cierto material técnico para expandir el mensaje. ¡Nada más! No necesitas veinticuatro horas de programación, jefes de programas, canciones encadenadas, grandes fotos de familia, etc. Si no sabes vender tu propio programa, como pretendes crear y generar éxito sobre toda una cadena de contenidos. Malditos síndromes que nos anclan al suelo sin permitirnos volar todo lo alto que podemos. Vivimos en la era del “nicho” que basa todo su éxito en oyentes que navegan buscando algo concreto, concentrémonos en ser ese producto demandado y dejemos de lado los lazos que rodean al regalo.
Lo mismo ocurre con las grandes corporaciones que han entrado en el negocio digital clonando sus tácticas analógicas y presentando cadenas digitales con trescientos programas diferentes para que puedas elegir. ¡Qué manera de marear al personal!
Yo soy mi corporación, mi propio logotipo, la marca predominante. Cuando entras en mis redes sociales o página web, no tienes ninguna duda de dónde estás. Mi único objetivo consiste en llegar a más gente, aumentar mi audiencia y, por ende, la facturación; nada más.
El otro día paseando por la nieve, una periodista me preguntó si tenía pensado vender ideas para terceros. Mi respuesta fue tajante, para nada. Con casi cuarenta años cumplidos, me importa un bledo que opinan de un servidor en ciertos despachos. Veo quién cotillea mi perfil en LinkedIn y simplemente jugueteo pensando que les trajo hasta mí, mi ego se deshace pensando en las conversaciones donde debe aparecer mi nombre.
Como dije antes, mis suspiros ahora son de alivio, y aunque me pregunto dónde andaría ahora si hubiera sido el DJ de moda hace veinte años… no cambiaría mi presente por nada.
Vosotros seguid adorando al logotipo.