Un equipo de científicos de la Estación Espacial Internacional recupera una sonda espacial con muestras obtenidas del planeta Marte. Descubren restos de una forma de vida bacteriológica y deciden estudiarla. Muy pronto, cuando esta extraña forma de vida despierta, descubren que es posible que causara la extinción de toda forma de vida en el planeta Marte y tendrán que luchar para que no suceda lo mismo en nuestro planeta.
Cuando Alien, el octavo pasajero (Alien, Ridley Scott, 1979) se convirtió en un monumental éxito, trajo al gran público un tipo de historia, navegando entre la ciencia ficción y el terror, conocida desde hacía 40 años, cuando A. E. van Vogt publicó su relato El destructor negro. El argumento de este relato, en la que un grupo de astronautas descubren un extraño planeta lleno de antiguas ruinas y una misteriosa criatura que los va eliminando uno a uno, sería imitado y copiado cientos de veces, en particular durante la década de los 50 y 60, de nuevo durante los 80 tras el éxito de Alien. Dan O’Bannon, el guionista y creador de Alien, era muy consciente no solo del relato de Van Vogt sino también de las muchas películas que lo habían usado como base no oficial, en particular El terror del más allá (It! The Terror from Beyond Space, Edward L. Cahn, 1958) y Terror en el espacio (Terrore nello spazio aka Planet of the Vampiros, Mario Bava, 1965), de las cuales Alien toma prestadas diversas escenas, como admite el guionista en el prólogo a su guión original (“robé a todo el mundo” son sus propias palabras). Para el gran público no aficionado a la ciencia ficción y el terror, Alien era el modelo que lo había creado todo. Para el aficionado a la ciencia ficción y el terror, Alien, gracias a la dirección de Scott y el diseño de H. R. Giger (sugerencia de O’Bannon), era una película que condensaba lo mejor de muchas películas de serie B y, gracias a su gran presupuesto, lo convertía en la épica que siempre habían querido ver pero pocas películas lograban llevar a cabo.
Todo este párrafo sobre Alien viene a colación por el estreno de Life (Vida) (Life, Daniel Espinosa, 2017), que muchos considerarán otra imitación de Alien. Desde mi punto de vista lo es, pero no por su desarrollo o su argumento (que, de hecho, tiene más en común con la deliciosa Galaxia prohibida [Forbidden World, Allan Holzman, 1982] que con el clásico de Ridley Scott), sino porque es una película de serie B hecha con un presupuesto de serie A. Esto permite construir un film que, desde el punto de vista técnico, resulta muy realista, creando elaborados planos secuencias posibles gracias a las nuevas técnicas para unir planos de forma invisible y lograr mantener la credibilidad de su gravedad cero a lo largo de todo el film.
El holgado presupuesto permite a Life, además de fantásticos efectos visuales, reunir un reparto que ofrece buenas interpretaciones, a pesar de que sus personajes son los mismos de siempre que nos encontramos en este tipo de películas. Ryan Reynolds es el chulo gracioso astronauta que no teme correr riesgos; Jake Gyllenhaal, con su estilo interpretativo “me acabo de despertar”, es el científico que prefiere la ciencia a las personas; Rebeca Ferguson es la fría científica que se pondrá a prueba en una situación de riesgo. Todos ellos, y los secundarios como Hiroyuki Sanada y Ariyon Bakare, dan vida a sus personajes porque son estrellas que los adoptan a su propia personalidad. Es decir, no resultan interesantes por el guion sino por ser ellos mismos.
De todos modos, aunque el guion es más bien insulso y la historia es bastante predecible, incluido el “inesperado” final, Life puede resultar un film entretenido si lo único que se quiere es pasar un buen rato sin muchas complicaciones. Personalmente, es un tipo de historia que siempre he disfrutado, aunque la he visto repetida centenares de veces. Esta película, además, puede servir como entretenimiento mientras esperamos que se estrene Alien: Covenant.
Estreno en las salas españolas el 7 de abril
