281 maneras sin riesgo de amar a Welles
“Mi batalla con el mundo ha terminado. La suya acaba de empezar”. Con estas palabras, un lánguido William Randolph Hearst le cede el insoportable testigo a un joven y triunfal Orson Welles, representación mítica del sueño americano, en el interior de un ascensor que sube para cubrir de gloria a uno y dar de bruces con la realidad de la depresión americana a otro. Esta historia de pujante lozanía contrapuesta con la decadencia de quien lo ha tenido todo, se nutre de la vasta mitología alrededor de la considerada mejor película de la historia del cine.
Incomprensiblemente huérfano de grandes biopics modernos al estilo del de Howard Hughes por Scorsese -aunque sí de forma mucho más humilde en filmes como Ed Wood-, Orson Welles se erige como el principal reclamo de RKO 281, película estrenada en televisión en Estados Unidos en 1999.
Obviando la guía en la que se basa, más por el resultado de una comparación entre ambas que sería bastante sangrante, RKO 281 nos muestra las vicisitudes del tortuoso proceso de creación de Ciudadano Kane, ópera prima de un joven Orson Welles que como un pescado contracorriente intenta sobrepasar todos los problemas que se le presentan a medida que avanza su producción. La principal atracción del filme es la propia figura de Welles, personaje de inagotable seducción y mente voluble que cambiaría la forma de ver el cine desde su aparición. Liev Schreiber lo dota de verosimilitud más allá de su discutible parecido, un actor y director tristemente desapercibido por la gran audiencia que se muestra eficaz en su tarea por dotar a su personaje de vitalidad, arrojo y un ansia de poder y reconocimiento imperante en su forma de ser.
RKO 281 presume de espontaneidad, saber hacer y lo más importante, honra a un clásico insuperable con sinceridad, sabiendo que, como nativos sioux de una producción de John Ford, tiene perdida la batalla de antemano. Benjamin Ross se encarga de la película y la dota de inmediatez, marcando de forma clara los distintos clímax adaptándolos al medio por la cual fue concebida, la televisión. Visualmente se muestra atractiva y el arranque de cinco minutos que resume con gancho los primeros pasos de la futura estrella incomprendida atrapa de forma directa y nos propone seguir la historia.
Con la planificación de Ciudadano Kane como telón de fondo, Welles se enfrenta de manera directa con el Hollywood y los mass media de la época, donde el poder, la corrupción, el chantaje y el desfase monetario nos enseñan que no han cambiado un ápice en setenta años. Pese a ello, la película no consigue desembarazarse de esa sensación de contentar a todo el mundo “un poco”, divertir y hacer pasar un rato entretenido a una audiencia sin tiempo para pensar ni meditar lo visto. Sin fallos agravantes, sí, pero también sin virtudes muy destacables. Una película recomendable, pero tan formal que se distancia de la propia figura que pretende honrar, una tan volcánica y llamativa que se merece una película mucho más controvertida y arriesgada.