Los Mercenarios (The Expendables, Sylvester Stallone, 2010) fue la película que acabó de confirmar el resurgir de las cenizas de Stallone, tras las brillantes Rocky Balboa (2006) y John Rambo (2008), ambas escritas y dirigidas por Stallone. El concepto de Los Mercenarios era bastante simple: reunir las estrellas del cine de acción más destacadas del presente y el pasado en un film que explotaba la nostalgia por el cine de acción de los 80, un cine violento, sangriento, exagerado y cargado de testosterona. El invento funcionó y ahora llega a nuestras pantallas la tercera entrega de la serie, dirigida por Patrick Hughes.
Barney Ross (Stallone) decide reformar su equipo para enfrentarse a la amenaza que representa su antiguo compañero Conrad Stonebanks (Mel Gibson). Esto no le sentará demasiado bien a su antiguo equipo, ya que todos desean vengarse de Stonebanks. Además, la situación se complicará cuando la CIA, en voz del agente Drummer (Harrison Ford), le ordene a Ross que traiga a Stonebanks vivo.
Esta tercera entrega representa una gran mejora tras una segunda parte excesivamente cómica y referencial, que abusaba del elemento nostálgico de ver de nuevo en acción a antiguas glorias del videoclub. Eso no quiere decir que no haya momentos cómicos en el film, los hay y bastante efectivos gracias a la divertida interpretación de Antonio Banderas como Galgo, pero son momentos cómicos generados por la acción en el film y no guiños al espectador que rompen la cuarta pared.
Si bien en esta entrega se dejan de lado las referencias a las cintas de acción del pasado, sí que hay varios chistes internos que seguramente pasarán desapercibidos para la mayoría de los espectadores y que tienen que ver con eventos que rodearon la filmación de la película. Para empezar, el film arranca con una secuencia en la que los Mercenarios rescatan de prisión a un antiguo miembro: Doc, que interpreta Wesley Snipes. Una escena que sirve como reflejo de la realidad, ya que Los Mercenarios 3 ha sido la primera película que ha hecho Snipes después de cumplir condena en una prisión federal por evasión de impuestos. La otra referencia tiene relación con la pelea entre Bruce Willis y Stallone, a raíz del excesivo salario que Willis pedía por tres días de trabajo. El personaje que Willis interpretó en las anteriores entregas, Church/Iglesia, es sustituido por el Drummer de Ford, que en un momento de la película le dice a Ross –en el diálogo original-: “no te preocupes por Church, está fuera de la película”.
Como ya he dicho, las referencias metalingüísticas se dejan de lado, pero a pesar de ello es inevitable, para aquellos que como yo se pasaban las tardes del sábado yendo al videoclub para alquilar maravillas como Red Scorpion (Joseph Zito, 1989) o Soldado Universal (Universal Soldier, Roland Emmerich, 1992), sentir cierta alegría nostálgica al ver viejos conocidos del VHS de nuevo en acción, aunque sea en breves papeles como el del gran Robert Davi haciendo de mafioso albano. Es posible que se busque el elemento nostálgico en este sentido como parte del subtexto de la película, que gira en torno a si es mejor la vieja escuela o la nueva sangre, para concluir que lo mejor es la mezcla de ambas cosas, no despreciar el pasado pero tampoco glorificarlo en exceso.
Hubo cierta preocupación entre los aficionados cuando se supo que esta entrega sería PG-13 en Estados Unidos (el equivalente a nuestro “para mayores de 13 años”), pero desde hace ya unos cinco o seis años, las PG-13 americanas se han vuelto cada vez más intensas y permisivas en lo que a la acción se refiere, así que en ese sentido Los Mercenarios 3 no pierde ya que está cargada de intensa acción de principio a fin y el bodycount es bastante alto. Es cierto que no hay gente explotando ni litros de sangre, pero el film lo compensa con toneladas de diversión y escapismo.
En conclusión, Los Mercenarios 3 es una más que digna secuela, que soluciona los problemas de la anterior entrega y proporciona dos estupendas horas de explosivo entretenimiento.
Estreno en las salas españolas el 14 de agosto.