Por última, o quizá penúltima, vez regresa Sylvester Stallone a la pantalla grande interpretando a uno de sus personajes más icónicos: John Rambo. Lo hace en Rambo: Last Blood (Adrian Grunberg, 2019), en la que el veterano de Vietnam más famoso del cine de acción hace lo que mejor sabe hacer: reventar a sus enemigos sin compasión.
De aquí nadie sale vivo, canta Jim Morrison en Five to One de The Doors, una canción que adquiere mucha importancia en Last Blood. De forma quizá irónica teniendo en cuenta que The Doors fue un grupo muy vocal en contra de la guerra de Vietnam, lo que les provocó no pocos problemas. Aunque no tantos problemas como los que arrastra Rambo. Tras los eventos de John Rambo (Rambo, Sylvester Stallone, 2008), Rambo ha regresado a casa, a Estados Unidos, donde ha pasado diez años de paz y tranquilidad. Stallone por primera vez interpreta al personaje de forma más articulada y abierta, como si la vida en familia hubiera ayudado a que se relacionara de forma más fácil con otras personas. Esta familia la componen Maria (Adriana Barraza) y su sobrina Gabrielle (Yvette Monreal), a la que Rambo trata como a una hija. Sin embargo, la felicidad se ve súbitamente interrumpida cuando, de visita en Méjico, Gabrielle cae en las manos de Victor y Hugo Martínez (Óscar Jaenada y Sergio Peris-Mencheta, respectivamente), los cuales dirigen una banda que se dedica a la trata de blancas. Con la ayuda de la periodista Carmen Delgado (Paz Vega), Rambo se dedicará a destruir la organización de los Martínez.
Por primera vez, podemos escuchar en esta película lo que siente y piensa Rambo, más allá de los apasionados discursos en las escenas climáticas de Acorralado (First Blood, Ted Kotcheff, 1982) y Rambo: Acorralado – Parte II (Rambo: First Blood Part II, George P. Cosmatos, 1985). Por ello, a pesar de las ocasionales declaraciones de Stallone, esta entrega tiene un sentido de finalidad. Nos despedimos del personaje y por ello este se dirige a nosotros. Pero, por supuesto, uno no ve una película de esta serie por su introspección y drama, sino por la acción y la violencia que con ferocidad ejerce Rambo sobre los villanos. Y, en este sentido, Last Blood no defrauda. Cuando Rambo da rienda suelta al lado salvaje que ha intentado reprimir durante mucho tiempo, el espectador se deja llevar por la exaltación provocada por las imaginativas maneras que tiene Rambo de despachar villanos. Unos villanos que, siguiendo la estructura clásica del cine de acción de los 80, han sido retratados de forma que despierten el mayor odio posible en el espectador. Así, cuando vemos las atrocidades que se les inflingen, no podemos más que aplaudir.
La saga está lejos de los presupuestos espectaculares de las primeras entregas. Así que se sustituye espectacularidad por visceralidad. Lo que no es una mala opción. Rambo ya no es el personaje de tebeo de la segunda y tercera parte, es más “realista”, lo que permite que se regrese a su esencia. La de un personaje perseguido por demonios y los fantasmas de una guerra que no puede olvidar. Una manera fantástica de cerrar un ciclo.
Por supuesto, aquellos y aquellas con prejuicios contra el personaje o Stallone no se molestarán en verla. Pero aquellos y aquellas aficionados al cine de acción y, sobretodo, los fans del personaje, disfrutarán enormemente con esta “última sangre”.