Para muchos, el bingo es el pasatiempo perfecto, pasar horas en una sala tachando los números de un cartón, esperando con ansia una gran victoria. Sin embargo, para una anciana, su encuentro con el bingo casi destruyó su vida.
Seguro que esto puede parecerles extraño, después de todo solo se trata de un juego de aparejar números, ¿cuán peligroso puede ser?
Bien, escuche esta historia sobre una mujer llamada Betty Gibbons, quien se dio cuenta demasiado tarde del peligro que este juego conlleva.
Sentada en un sillón raído, Betty Gibbons cuenta la historia de cómo un simple juego casi le hace perderlo todo y todos a los que amaba.
Una mujer vivaz de 60 años de Watford, Betty tiene 3 hijos y una gran colección de nietos con los que bromea diciendo que apenas puede recordar el nombre de la mitad de ellos.
Siempre daba a sus nietos comidas copiosas cuando le visitaban y ayudaba regularmente en las ventas de pasteles y en eventos de su centro comunitario. Betty es el estereotipo de cualquier abuela; incluso lleva una bolsa de tartán con la que hace la compra.
Durante toda su vida, Betty había querido probar el bingo, tenía amigas que iban cada viernes al salón local para jugar. Cada día escuchaba con envidia sus historias, cuentos sobre cuánto y cómo habían ganado un dinero extra para el fin de semana empezando a jugar con tal solo un par de libras.
Levantando la vista por encima de sus gafas de media luna, Betty dijo: “Yo no era de esas que van a las discotecas que tanto gustan a los críos; pasaba casi todos los sábados en mi casa viendo Morse”.
Cautelosamente, tomando un sorbo de té continúa: “Solo quería un poco de emoción en mi vida, me encontraba inmersa en la rutina; escuchaba a las chicas hablando sobre lo bien que se lo pasaban y pensé para mí misma ‘Betty has trabajado duro durante toda tu vida, ¿porqué no usas algo del dinero que has ganado para divertirte un poco?’.
Se quedó mirando fijamente al frente, con la vista perdida, como lo haría un soldado con estrés post-traumático y susurra: “Debí haberlo pensado antes”.
Agarrando distraídamente sus agujas de tejer en una mano, Betty cuenta cómo empezó a acudir a eventos de la tercera edad cada noche de sábado ya que en el salón local había un evento para jóvenes los viernes y ella: “Quería estar rodeada de gente de mi edad”.
Una vez a la semana, regular como un reloj, se sentaba con sus cartones y hablaba con sus nuevas amigas: “10 libras era mi límite, para que no se me fuera de las manos, vete cuando las cosas empiecen a ir bien, decía mi marido.”
Cumpliendo su plan, Betty consiguió ganar algunas veces, unos pocos premios de cinco libras y un par de premios de 10 libras, algo que Betty creía que podía contener.
Hasta que aparecieron los juegos enlazados.
Con un nudo en la garganta, Betty cuenta que una semana, se sentó en su silla favorita y notó algo, los cartones eran diferentes. Según Betty, el salón había introducido un juego nuevo; era un juego enlazado para ganar mayores cantidades de dinero con cada victoria, desde línea hasta Bingo.
“Una amiga ganó 100 libras solo con una línea, era increíble” dice Betty señalando con una de sus agujas de tejer.
Según Betty entonces fue cuando las cosas empezaron a ir cuesta abajo, ser capaz de ganar tango dinero con una única victoria hizo que empezara a gastar más y más en cartones. Atrás había quedado el tope de 10 libras – empezó con 100 libras para gradualmente proponerse botes mayores, perseguía el premio de ensueño que nunca iba a ganar.
“Pensé que si ganaba podría cubrir todo lo que había perdido, pero ¡estaba enganchada!. Creía que estaba ganando mucho dinero. Realmente debí haberlo pensado antes” dice mirando a lo lejos.
A pesar de que estaba ganando, nunca era suficiente como para cubrir sus pérdidas, pronto la Sra. Gibbons empezó a quemar sus ahorros en cuestión de semanas.
Casi arruinada Betty comenzó a pedir préstamos a sus amigos y familiares para cubrir su hábito, mientras se sumía cada vez más en deudas. Las facturas empezaron a amontonarse en su puerta.
Eventualmente su adicción al bingo le dominó por completo y pasaba todos los días en el salón, en la misma silla con los mismos cartones.
Debido a que estaba allí todos los días sin hablar con nadie, centrada en sus cartones, empezó a distanciarse de sus amigos; su familia incluso le amenazó con dejar de prestarle dinero si no paraba de jugar, hasta intentó vender su bolsa de tartán para conseguir dinero y comprar cartones.
“No podía parar, cada día que no estaba en el salón de juego, solo pensaba en el momento de poder ir” dice acariciando el borde de la taza de té antes de dar otro sorbo.
Continúa: “Hicieron falta 5 días seguidos en el salón y la denegación de mis tarjetas para darme cuenta de todo. Estaba en un agujero y necesitaba ayuda.”
Betty entonces explica cómo dejó de asistir al salón y pidió ayuda a su familia. Esto les conmovió y le ayudaron a entrar en un programa de rehabilitación para la adicción al juego, están con ella en cada paso del proceso de recuperación.
Sonriendo con orgullo, Betty aclara: “No he recaído en 9 meses y todavía me siento fuerte.”
La historia de Betty es solo una de las innumerables historias de horror de aquellos que se enganchan al juego. El bingo es un juego divertido, pero es algo que siempre debe abordarse con moderación.
Si usted o alguien a quién conozca está pasando por una situación similar a la de Betty Gibbons, busque ayuda inmediatamente.