Cada temporada aparecen decenas de ficciones en la parrilla televisiva con la esperanza de convertirse en la serie del año. Hannibal, que aunque a primera vista podía parecer un caballo ganador, tenia la losa de ser comparada con las otras adaptaciones sobre el mismo personaje interpretadas por Anthony Hopkins. Además, ser de una cadena generalista le impedía dar rienda suelta a su tono macabro o sanguinario. Por suerte, las mentes pensantes que estaban detrás, jugaron a la perfección sus cartas.
Brian Fuller es un creador muy personal, de aires kitsch y amante de mundos un punto fantasiosos, responsable de series como Tan muertos como yo o Pushing Daisies. David Slade es un director mesurado y amante del terror. Juntos han sabido explotar todo el potencial de las novelas de Thomas Harris para traernos una visión nueva, alejada de las otras traslaciones, sabedores que la televisión es un formato muy distinto al cinematográfico. En Hannibal premian los diálogos acompañados de una fotografía preciosista y vintage. La estructura en la que se apoya esta temporada es un arco argumental progresivo que se combina con los la resolución al estilo procedimental ya conocidos por todos, aunque, estos nos sirven para descubrir las interioridades de la mente de nuestros dos protagonistas.
Uno de los mayores aciertos de la serie es situar a Lecter en la sombra para darle todo el protagonismo a Will Graham (Hugh Dancy), descubriendo él junto al espectador al psiquiatra. Además eso ayuda a entender la locura a la que se precipita el asesor del FBI viviéndolo en primera persona. Pero no nos engañemos, Hannibal (Mads Mikkelsen) es el rey de la función, quién mueve los hilos con suma inteligencia. Esta nueva encarnación servida por Mikkelsen se aleja de los referentes cinematográficos para volver al original, al literario, un personaje frío y manipulador a la vez que extremadamente elegante. El tono monocorde de su voz, los gestos lánguidos pero seguros y una mirada impenetrable lo convierte en un ser que atrae magnéticamente a cualquier espectador. El elenco de secundarios (Laurence Fishburne, Caroline Dhavernas) es mesurado y efectivo, brillando todos en momentos puntuales.
La apuesta visual, deudora del piloto rodado por Slade, es fundamental, creando una realidad fuera de esta, casi sin poder discernir la época en la que se encuadra la acción y lo que es real o no. El diseño de producción es digno de resaltar no solo por los enclaves, también por la inventiva a la hora de plasmar los asesinatos o momentos oníricos.
A lo largo de esta temporada se ha hablado muchas veces de su cancelación, que atribuyo al espectador medio de la cadena acostumbrado a producciones menos oscuras, pero en su último momento ha conseguido una segunda oportunidad para buscarse su target con una nueva temporada. Esperemos que el público sepa reconocer y apreciar esta serie, dónde los excesos no tienen cabida y el diálogo es la reina de la función, alejándose del resto de producciones que apuesta por la espectacularidad de los cliffhangers y repetición de tópicos.
Si aún no la han probado atrévanse y disfruten del festín.