Durante varios años servidor fue negro cinematográfico, eso quiere decir que visionaba estrenos de cine para que otros firmaran las críticas. Era un trabajo bien pagado por una emisora pública y me permitía pasarme las mañanas en el cine y luego condicionar la opinión de otros. El momento culmen de mi obra ocurrió con el visionado de Kill Bill cuatro meses antes de su estreno en salas…
Pero servidor también es un poco pillo y decidí crear mi propia técnica para visionar las películas. Como la mayoría de pases de prensa son por la mañana y en aquella época yo realizaba un programa de televisión por la noche, siempre andaba corto de sueño.
Por ese motivo, llegaba al cine y miraba los primeros quince minutos de la película para entender la trama básica. Luego me tapaba con la chaqueta y dormía una dulce siesta hasta que faltaban quince minutos para finalizar la proyección. Con esos datos básicos, me hacia mi propio puzzle mental y regresaba a la radio.
¡La técnica funcionaba siempre! Hasta que un día el despertador no hizo su función y cuando abrí los ojos ya estaban saliendo los títulos de crédito. Tremenda vergüenza el ser observado por todos los compañeros que abandonaban la sala.
Así es la vida…
Aunque el verdadero problema consistía en cohabitar con los críticos cinematográficos de primer orden. Señores mayores que consideran que nada estrenado después de Casablanca puede llamarse cine y asisten a los pre-estrenos solo para hablar pestes de la película en cuestión que ese día pongan. ¡Nunca les gusta nada!
Bueno, también roban posters y postales. Estos profesionales de la crítica aprovechan la salida de los estrenos, para rapiñar con todo el material gratuito que se ponga delante suyo. En una ocasión observé cómo una jefa de prensa tenía que perseguirlos para pedirles que devolvieran unos posters que ella necesitaba para otro pase posterior.
En un estreno de cine puedes toparte con dos tipos de críticos. Por un lado, están esos veteranos cascarrabias que nunca están satisfechos con el resultado final y que forman grupitos en los pasillos de acceso que transforman en patios de vecinos. Allí despellejan al mundillo del cine, como si fueran marujas hablando de la nueva vecina del quinto.
Luego están los críticos más jóvenes, la nueva hornada creada detrás de los monitores de Internet. Suelen ser tímidos y nunca se relacionan con otras personas, llegan al cine para directamente sentarse en la butaca más alejada del murmullo.
Hacía años que no pisaba un preestreno de cine, creo que desde que se proyectó una de Kevin Smith donde explicaba el rodaje de una peli porno. Me suelen llegar correos con invitaciones, pero siempre son de películas yugoslavas en versión original y sinceramente no es mi tipo de cine.
Por suerte la semana pasada me invitaron al pase para prensa de Ghost in the Shell, la adaptación del famoso manga japonés de los años noventa.
¡Amigos! Debo reconocer que hay cosas que nunca cambian. Ahí seguían los viejos haciendo corrillo y criticando la película antes de verla. Obviamente en las últimas filas podías divisar como los más jóvenes aguardaban el inicio del film en riguroso silencio. Eso sí, me sorprendió que en este preestreno la distribuidora decidió poner guardias de seguridad que vigilaban que nadie grabara con el móvil una sola escena. Fue un viaje al pasado bastante casposo para comprobar que hay seres humanos que no evolucionan y siguen viviendo existencias completamente amargadas.
Este preestreno además coincidió con una inmersión total para poder ver la nueva película de Alex de la Iglesia y la serie de Netflix Iron Fist. Ambas, vilipendiadas por la crítica supuestamente especializada. Tras un fin de semana donde no hice otra cosa que consumir productos de subcultura y comida basura, llegué a la conclusión de que no soy de este planeta.
Por un lado, la serie de Netflix me chifló, me encantó y me hizo pasar un domingo tremendamente divertido.
Lo mismo ocurrió con la peli de Alex de la Iglesia, que sin ser una obra maestra no te hace pensar en otra cosa durante todo el metraje.
En resumen, en un país donde la crítica son cuatro gatos que comentan basándose en el odio o directamente usan un negro para escribir sus reseñas. No coincidir con los gustos generales, debe considerarse todo un privilegio.
Que les den…