Junto a la carretera, un arbusto ocultaba una libreta azul. El autobús todavía tardaría. Sentí curiosidad. Eran escritos a modo de diario. El texto databa de 1993 y contaba esto:
“Los abrigos son perfectos para nuestros robos. El sistema siempre es el mismo: entramos y observamos al encargado. Si aquello es factible analizamos el material que nos interesa y rápidamente nos metemos las caratulas dentro del abrigo. Comprobamos que no hemos sido vistos y después salimos del videoclub. Hoy hemos robado tres caratulas de vídeo. Nunca nos han cogido pero creo que a los pocos minutos el robo debe resultar evidente. Como si fuéramos atracadores profesionales, nunca repetimos videoclub dos veces seguidas, es demasiado arriesgado. Dejamos pasar una temporada y cuando ya hemos arrasado los locales volvemos a empezar nuestra ruta. Hoy ha sido diferente. He querido hacerlo solo. He vigilado a la encargada y me he escondido una caratula dentro del abrigo. En ese momento, una mujer, que se había parado frente a la puerta, me ha visto. Nuestras miradas se han cruzado durante unos segundos y la mujer supongo que se ha asustado. Ha retrocedido y yo me he puesto nervioso. Se ha escuchado un ruido. Dicen que el coche no ha frenado a tiempo pero no estoy seguro. He salido sin mirar. No puedo dormir. Nunca le contaré esto a nadie”.
Mi autobús se acerca y dudo. La libreta esta llena de textos. Imposible romper este ambiente. Hace frío pero creo que el siguiente autobús pasa dentro de 20 minutos.