Detengan la destrucción del mito o Nostalgia posmoderna.
Los 80. Esa época que me vio nacer, de la cual poco recuerdo pero de la que mucho sé. En los tres decenios que nos separan, los 80 se han sabido colar en el rincón de la memoria y dar paso a la nostalgia paranoica que a día de hoy surge por todos lados. Ejemplos de ello son la estupida alegría que producen ver una colección de Casettes o de VHS, llevar unos relojes Casio o volver a ver David el Gnomo o los Fruitis en grupo con reverencia extrema.
Nostalgia que se ha ido extendiendo y de la cual han resultado productos como Noche de miedo.
Este remake del clásico de terror de la bendita época, narra las aventuras de Charlie Brewster tras descubrir que su vecino es un vampiro, momento a partir del cual se desata la vorágine. Sólo Peter Vincent, un cazavampiros venido a menos y metido en la farándula (actor de un show vampírico en Las Vegas), parece estar capacitado para enfrentarse a dicha situación y ayudar a Charlie.
Gillespie se lanza a la historia moviéndose entre dos aguas: su continua tendencia a introducirse en la factoría Appatow y el llamamiento a interrumpir la destrucción del mito vampírico. Si bien por el primera vertiente Gillespie naufraga, en el segundo logra un interesante resultado.
Y es que los vampiros son, en mi opinión, los más maltrechos de la actual euforia de reescritura de los mitos del terror. Una práctica que hace que zombis, alienígenas y vampiros sean continuamente distorsionados: estos últimos son capaces ya de revivir y dejar su vampirismo, ver la luz del sol, mantener relaciones sexuales estables con humanos, salir a la luz pública o ser la máxima potencia del amor teen. Y aunque algunas acierten proponiendo visiones diferentes, dichas reescrituras suelen moverse por esquemas comerciales castrantes y sin corazón ante la posible destrucción del ideal clásico.
De ahí que Gillespie se haga eco de Noche de miedo: reviviendo al vampiro sin escrúpulos, insaciable y completamente inhumano, lanza su grito de guerra contra los afeminados vampiros de Crepúsculo (a los cuales nombra y no por casualidad).
Ateniéndose a las consecuencias, Gillespie, al igual que su personaje protagonista (Charlie Brewster), sacará de la ruina al mago del terror original, Peter Vincent (Price? Clásico donde los haya del cine de terror) para desterrarlo de ese Las Vegas símbolo del respeto pero también de la muerte comercial.
Ahora bien, el intento de sumarse al modelo de películas con mensaje “no soy capaz de madurar/siempre hay algo que hace que sea un eterno adolescente” alude de forma (demasiado) clara a Supersalidos (incluso el personaje Ed es el actor que hacía de Fogell, Christopher Mintz-Plasse).
Jerry el vampiro se convierte en esta lectura en la pulsión freak del adolescente que no acaba de irse nunca. Un rasgo irreal que le acompaña de forma continua imposibilitando que crezca por mucho que lo intente. Algo que también hemos visto en Virgen a los 40 con la colección de muñecos de Steve Carell.
A pesar de esto último, Noche de miedo es una buena forma de pasar 106 minutos de absurda nostalgia inteligente.