Bastardos

Bastardos – X

X

La pistola liberó su contenido y el estruendo inicial fue sustituido por el clic, clic, clic de un cargador vacío. Un cuerpo inerte se precipitó contra el asfalto.

Bastardos – X

“¡¿Has perdido el juicio?!”, gritó el sheriff Hollie a su subordinado, autor de la ejecución. El tipo se volvió lentamente, los ojos desorbitados, labios balbuceantes en busca de la excusa que justificara el tiroteo improcedente. Yo no era el muerto, ni Mike, tampoco Yuri, petrificado por la reacción del poli; el fiambre agujereado era el último de sus colegas no muertos, que tras perderse entre los cactus, acudía como un corderito hacia su líder, poniendo un triste punto final a nuestras tensiones.

“Eso no ha estado bien, hijo, no ha estado bien, nada bien…”, se lamentó el sheriff. “Relájate y hablemos de lo ocurrido…”
“Pero sheriff… e, e, era un salvaje. Me tomó por sorpresa, se, se, seguro que iba armado. ¡¿Y ellos?! ¡¿Qué hacemos con ellos?!”
El sheriff alzó su mano y rogó calma a su cada vez más sudoroso compañero.

“En serio, hijo, deja ese arma, nadie te hará daño… y esos muchachos, si son listos, se comportarán como criaturas civilizadas hasta que lleguen los refuerzos. Porque necesitamos refuerzos, vaya si los necesitamos.”

La opinión de Mike era diferente. Contemplaba con ojos ávidos de violencia a los agentes, y yo, el único capaz de argumentar las palabras que podían salvar nuestro culo, veía como la cháchara no fluía y prolongaba mi rol de espectador indefenso y al margen de los acontecimientos. Un actor secundario con mucho que decir pero sin permiso para hacerlo, un personaje tan olvidado como…

“¿Y Carlita, la novia de Tom?”, pregunté con súbita curiosidad. “No estaba en la cueva… ¿También la mataste?”

El ayudante del sheriff no respondió. Su rostro habló por él, y la falta de sorpresa bastó al sheriff Hollie para que sus décadas de trabajo policial detectaran la mentira que unos rasgos bobalicones escondían. Hollie era listo, pero también todo años, y en un duelo físico tenía las de perder. La mano de su compañero desvió la escopeta con la que iba a apuntarle y, en el mismo gesto, la volvió en nuestra contra. Hollie tragó saliva: se vio desarmado, puede que muerto o en un estado igual de perjudicial para sus planes de jubilación.

“Sheriff, lo siento, el astronauta metió la nariz donde no debía… u, u, uno tiene sus necesidades, sus negocios. Entiéndame, sheriff…”
“Astrónomo, hijo, astrónomo…”

La sangre que esquivaba el cerebro del asesino acudió al dedo que ejercía presión sobre el gatillo de la escopeta, pero antes de que abriera fuego, un hercúleo hombre de metro noventa surgido de los márgenes de la carretera dejó nuestras vidas en manos de las leyes de la física. Impactó sobre el agente corrupto, este rebotó en el patrullero e, instantáneamente, se le pasaron las ganas de apuntarnos con el arma. Escogió la inconsciencia y supo más tarde, ya entre rejas, que un luchador enmascarado había puesto fin a su carrera homicida y el pequeño tráfico de estupefacientes que descubrimos en su mina.
“¡Rafi, estás vivo!”, exclamé mientras corría a abrazar a mi hermano. Yuri también celebró su repentina aparición, pero Mike le recordó con un pescozón que aún era nuestro prisionero.

***

En el informe policial explicaba que el sheriff Hollie descubrió las actividades delictivas de su ayudante gracias a unos excursionistas. Estos hallaron la cueva con las drogas y el cuerpo de un astronauta, perdón, astrónomo, desaparecido. El pobre Tom tuvo la mala suerte de topar con el negocio del poli durante sus investigaciones y pagado el descubrimiento con su vida. Carlita, su novia, permanecía retenida en contra de su voluntad en el sótano de la casa del asesino. El propio sheriff Hollie la rescató, muerta de hambre y loca por contar toda la historia y añadir más detalles al perfil psicológico de su secuestrador. No hubo menciones a Yuri y sus chicos. Bueno, sí, los fiambres pasaron a ser los excursionistas que desvelaron todo el tinglado. Unos héroes, vaya. Respecto a Yuri, quedó a nuestro cargo y prometió dejar sus teorías pseudocientíficas durante un tiempo. Era eso o recibir una nueva paliza.
“Menudo final, ¿eh?”, dije a mis hermanos de vuelta a casa. “Así me gustan las misiones, con una conspiración, asesinatos y fenómenos paranormales de los que no hablaré porque Mike se cabrea y es incapaz de asumir que quizá un día podamos volver a casa.”
Me gané una colleja y respondí con una carcajada. Rafi no intervino, nos miraba con la satisfacción que genera la justicia y el trabajo en equipo.
“Cuando lleguemos a casa te compraré un traje nuevo”, le dije. “Y tú, Mike, quiero que me enseñes a pelear. A partir de ahora voy ser un hombre de acción. El rozar la muerte en tantas ocasiones me ha hecho pensar que estoy descuidando algo en esta nueva vida. Joder, aún estoy de subidón, quiero emociones, quiero aventura, ¡quiero machacar a los malos!”

Naturalmente, Mike me volvió a sacudir. Qué bonita la hermandad y los finales felices. Lástima que, con el tiempo y unos cuantos líos de por medio, nuestra camaradería se echara a perder y acabara en un fratricidio muy, pero que muy violento.

Pero bueno, qué le vamos a hacer, estas cosas ocurren hasta en las mejores familias.


Bill Jiménez (Barcelona, 1976) es un escritor y redactor, especializado en arte y las narrativas surgidas del ciberespacio, con las que ha experimentado en los últimos años a través de blogs y publicaciones autoeditadas. Recientemente, presentó a través de Amazon su primera novela, Varón de Multiforme Ingenio, una peculiar adaptación de la Odisea de Homero ambientada en Barcelona y el mundo de las revistas de tendencias.

Escrito por: Bill Jiménez