Si pudiera pedir solo un deseo lo tendría muy claro: aniquilar el verano. Ya sea en una cámara de gas, con un disparo o con un recital a capella de su hijo pródigo Georgie Dann. Me quedaría observando a través de un cristal cómo el ente inmaterial empieza a agonizar hasta emitir su último suspiro. Mientras no se presente esa oportunidad voy a defecar encima de él.
Llegar a julio significa que mis ganas de comer menguarán, mis horas de sueño se reducirán, me picará todo el cuerpo y sudaré simplemente por respirar. He aguantado todos estos años a base de helados, cervezas de copa helada y uniforme de andar por casa a base de boxers, pero un nuevo reto se suma, y no las tengo todas conmigo. Este año tengo novia.
¿Y en qué cambia eso todo lo demás? En todo, estimado amigo, en todo. Siempre me quedaba un reducto, hacia las dos de la madrugada, en que el calor parecía tomarse un descanso que yo aprovechaba para leer, mirar una película, masturbarme o simplemente exclamar en el balcón y a viva voz “¡coño, qué bien se está ahora!” para luego acostarme.
Pero ahora, cuando entro en la habitación…¿qué me encuentro? A mi querida bomba de calor, mi pulpo calorífico, mi lapa de fuego dispuesta a destrozar mi sensación de “fresquito”. Ya lo he comprobado, después de pedir repetidas veces que no infringiera la línea imaginaria que he creado en el sobre, mi estimada ha caído en el mundo de Morfeo y sus instintos mas primarios, junto mi indudable magnetismo sexual, la han acercado hasta cubrirme creando un miro-clima que ni un horno de fundición en el medio del Sáhara. Conocedor de que la indudable atracción que le provoco es inevitable, opté por plantear un tercer participante en nuestra habitación: el ventilador. Pero, amigos, he descubierto que la mujeres nunca pasan calor, “calorcito” lo llaman ellas, y la mínima brisa artificial les es incómoda. Así pues, mi gozo en un pozo, adiós al ménage à trois.
Otra cosa que veo inminente y que me horroriza es la propuesta que puede romper todos mis esquemas, hacer que me tire a la bebida y de paso a la botella: pasar un día en la playa. Esa conexión entre el mar y la tierra ha sido evitada por mi persona desde hace diez años. No tengo bañador, ni toalla para tal menester y aún menos las ganas de repetir. Ese lugar infecto, sucio, lleno de polvo, donde pasas calor, no puedes hacer nada provechoso y además es gratis (¿desde cuándo una cosa buena es gratis?) resulta ser uno de los lugares más queridos por las mujeres en estas fechas. Dicen poder refrescarse en el agua (para luego pasar calor de nuevo tumbadas en la arena), ponerse morenas (para luego quemarse, pillar cáncer o ser confundidas por inmigrantes) y además lucir su cuerpo, del que se quejan siempre (¿incongruencia?…fuck yeah!).
Quedan un par de meses de tortura constante, espero tener la fuerza suficiente para afrontarlo y no morir en el intento. La fuerza la sacaré de la ilusión de un futuro mejor donde será agradable taparse con el nórdico, comer lasaña sin sudar y sin escotes capaces de provocarme un derrame cerebral. Ese tiempo venidero, llamado invierno, donde todo es mejor y que follar no es sinónimo de natación sincronizada.
p.d.: ¿se puede hibernar en verano?