Domingo, 26 de diciembre del 2010
11:26
Con la resaca post navideña, en pijama, café en mano y cigarrillo en la otra afronto mis últimos días de castidad preguntándome cómo encajar mi ultima semana de abstinencia, y peor aún, los 365 días de incertidumbre que me esperan en nada.
Todo lo planeado se ha ido por el retrete. Mis pies de plomo y pasos lentos me han hundido en arenas movedizas. Le conté mi secreto a Ella, mi gran apuesta para enero, y en lugar de sorprenderse se lo tomó como una licencia para descubrirse. Una chica normal se ha destapado como una Catherine Tramell, el personaje interpretado por Sharon Stone en esa grandiosa película llamada Instinto Básico (1992) de Paul Verhoeven. Me he situado en un punto en el cuál tengo que escoger entre darle la mano e introducirme en un mundo oscuro y salvaje coronado por el morbo o empezar el año de cero, sin trinchera a la vista.
Dice el proverbio que más vale pájaro en mano que ciento volando. Los asistentes en la cena del Club de Solteros del pasado lunes, después de encajarse las mandíbulas, comparten esa idea. Pero la verdad, no sé si es preferible llenarme la mano de picotazos o pasarme el año disparando esperando el tiro certero.
Haciendo un repaso rápido a mis conquistas me doy cuenta que tengo un imán para atraer las mujeres digamos que…complicadas. Mientras mis amigos ya están aposentados con chicas de sonrisa fácil y carácter cristalino yo he compartido cama con frígidas, nimfómanas, drogadictas, bipolares, espirituosas, etc…Encontrar a alguien con antecedentes penales supondría completar la colección y aspirar a una vida sentimental apacible, o al menos eso deseo y espero.
En estos cinco días restantes tendré que rehacer mis planes. Aún no he decidido cómo pasar la noche vieja. Tengo alguna propuesta, pero ninguna me convence. Prefiero disfrutar de esa noche sin posible coito y rodeado de parejas asquerosamente felices ¿o lanzarme a la caza y captura desesperada aprovechando mi recién recuperada libertad de actos? No lo sé. No tener presa a la vista y el transcurrir del mes puede llevarme a la desesperación. En nueve meses he desestimado tantas oportunidades que se podrán convertir en pesadillas que me persigan solo abrir los ojos cada mañana; hasta cierto punto me aterra.
Tengo 26 años, en enero 27, a mi edad mis padres ya me tenían a mí, una hipoteca, un coche, trabajos respetables y un futuro encaminado. Yo, ahora mismo, tengo un disco duro lleno de porno, no está mal, pero no es exactamente la misma filosofía. Me veo con la obligación de colgarme la etiqueta de soltero perenne (como me definió mi amigo Callahan no hace mucho) o desestimar todas las trifulcas sexuales eventuales para encontrar mi media naranja. Y la verdad, nunca me ha gustado la fruta, y hace años que no pruebo el zumo de naranja.
Aquí te espero, 2011.