Si Quentin Tarantino no cambia de idea, se estrena la que será su penúltima película como director, antes de dejar de dirigir y ponerse a escribir obras de teatro o novelas. Érase una vez en… Hollywood (Once Upon a Time… in Hollywood, 2019) mezcla realidad y ficción con un reparto cargado de estrellas como Brad Pitt, Leonardo DiCaprio y Margot Robbie.
En el audiocomentario que hizo sobre Amor a quemarropa (True Romance, Tony Scott, 1993), Tarantino dice que muchas de las cosas que los críticos creen que pone en sus películas de forma irónica las pone completamente en serio. Es por eso que el sentimentalismo expresado en Érase una vez en… Hollywood puede que sea considerado irónico, pero es muy honesto. Un sentimentalismo dirigido principalmente a la Sharon Tate que interpreta Margot Robbie.
El título es, primero, una obvia referencia a Sergio Leone y su díptico formado por Érase una vez en América (Once Upon a Time in America, 1984) y, especialmente, C’era una volta il West (1968), que traducido quiere decir Érase una vez el Oeste pero que algún desalmado decidió que fuera estrenada en España como Hasta que llegó su hora. C’era una volta il West trata sobre el mito del western a través de una historia que reúne localizaciones y personajes clásicos del género, una celebración del cine que había hecho famoso a Leone mundialmente. Tarantino hace lo mismo, en un film que se centra en la figura de Rick Dalton, interpretado por Leonardo DiCaprio, un actor venido a menos que recibe la oportunidad de ser una estrella en Italia haciendo spaghetti western (una historia que los amantes de la euroexplotation hemos visto repetida en cientos de entrevistas y documentales). Pero el título también se ha de tomar como una declaración de intenciones. Es decir, la historia que se cuenta es una fábula, una fantasía que utiliza personajes reales y hechos históricos para escribir su propia historia.
La reescritura de la historia que hace Tarantino tiene como objetivo mitificar unos personajes, pero también desmitificar otros. La representación que se hace de Bruce Lee, por ejemplo, está bastante alejada de la leyenda que se le considera hoy día. Pero el sentimiento iconoclasta va dirigido especialmente hacia Charles Manson y su Familia. Es justo lo contrario de muchas películas que tratan sobre la época, centradas en presentar a Manson como un mesías diabólico, dejando de lado las víctimas. Tarantino, sin embargo, dinamita todas las expectativas, haciendo que Manson aparezca solo brevemente y presentando a la Familia de una forma que, irónicamente, se aproxima bastante a lo que fueron en realidad, sin el glamour hollywoodiense habitual.
El centro del film, sin embargo, es la relación entre Rick Dalton y su doble de acción y hombre para todo Cliff Booth, al que da vida Brad Pitt. Dalton, como ya hemos dicho, se encuentra en plena decadencia, aceptando papeles en series de televisión que lo encasillan como villano semanal, al cual el productor Martin Schwarz (Al Pacino) le ofrece la oportunidad de trabajar para Sergio Corbucci en Italia. Corbucci ha tenido una fuerte influencia en Tarantino, en particular sus películas Django (1966) y El gran silencio (Il grande silenzio, 1968), así que el homenaje que se le hace aquí es comprensible. DiCaprio brilla interpretando a Dalton, sobretodo diferenciando entre el Dalton “real”, muy inseguro y a veces tartamudeando, y el Dalton “ficticio”, cuando se transforma al interpretar un personaje. Pitt también se entrega en su papel, un especialista que, cuando lo conocemos, tiene el cuerpo cubierto de cicatrices y arrastra una particular leyenda negra tras de sí.
Tarantino sumerge al espectador en este particular mundo, cuya estancia puede ser más o menos provechosa dependiendo de lo fanático que sea uno del cine y los conocimientos que tenga de lo que sucedió entonces. Por ejemplo, en una escena vemos como Sharon Tate entra en una librería a comprar a su marido Roman Polanski, Rafal Zawierucha en la película, un ejemplar de Tess, la de los d’Uberville de Thomas Hardy. La escena es significativa porque Polanski dirigió años más tarde Tess (1979), film que dedicó a Sharon Tate. De otro modo, es solo una escena en la que Tate le compra un libro a su marido. Pero si uno se sumerge en este mundo le puede traer un sinfín de placeres, puntuados como siempre por una fantástica banda sonora a la que se le añaden anuncios de radio como hiciera George Lucas en American Graffiti (1973).
Pero aunque no se tenga ni idea de cine ni historia, es posible también disfrutar con la comedia, los diálogos y las escenas pasadas de vueltas que son marca de la casa. Además, es un film tremendamente dinámico y lleno de color, en contraste con su anterior film Los odiosos ocho (The Hateful Eight, 2015).
Érase una vez en… Hollywood es un orgasmo para los amantes del cine. Una película que al mismo tiempo es iconoclasta y mitificadora, sentimental y escandalosa. Un placer para los sentidos de principio a fin.