Cada vez que Guillermo del Toro estrena una película me parece que es su mejor película. Su anterior trabajo, La cumbre escarlata (Crimson Peak, 2015), ya me pareció lo mejor que había dirigido hasta entonces. Y, ahora, La forma del agua (The Shape of Water, 2017) es la nueva mejor película que ha dirigido Guillermo del Toro, de momento.
Cuando el cine fantástico ha tratado relaciones entre una mujer y una criatura extraña, como en La bestia (La bête, Walerian Borowczyk, 1975) o como en una de mis películas favoritas: La posesión (Possession, Andrzej Zulawski, 1981), normalmente se trata de impactar al espectador, buscando fascinarlo/repugnarlo con generosas dosis de morbo y erotismo malsano, en el buen sentido (eso sin mencionar el porno tentacular japonés). Pero La forma del agua es una auténtica historia de amor, de amor por los monstruos, por lo diferente, por lo fantástico. Una reivindicación de lo raro y lo extraño. También una denuncia y crítica de los prejuicios, como la homofobia y el racismo. No por nada, sin contar a la criatura de la que se enamora la muda protagonista, los personajes que se nos presenta son outsiders, personas despreciadas por algún prejuicio u otro. Tal vez sea leer demasiado en ello, pero incluso parece significativo que el film esté ambientado en la ciudad de Baltimore a principios de los 60: una época crítica en la lucha por los derechos civiles en la ciudad que hizo famosa el gran iconoclasta John Waters.
Los aficionados al fantástico también reconocerán el sentido homenaje que hace Del Toro al más famoso habitante de la Laguna Negra. El director mejicano siempre ha sentido predilección por los hombres anfibios, ya en el audiocomentario para la edición doméstica de Hellboy (2004) dice que Abe Sapien es su personaje favorito de los creados por Mike Mignola. Cuando estuvo a punto de ponerse al frente del ahora difunto Dark Universe de la Universal, Del Toro ya acarició la idea de hacer un remake de la obra maestra La mujer y el monstruo (Creature from the Black Lagoon, Jack Arnold, 1954). En cierta forma es una suerte que aquel proyecto no llegara a término, porque entonces no tendríamos esta maravilla, pero las referencias al clásico de Jack Arnold son abundantes, e incluso se menciona que la Criatura, que encarna Doug Jones dentro de un fantástico traje, fue capturada en algún lugar de Sudamérica, donde se encuentra la Laguna Negra y su Criatura en el film de Arnold. Y en algunos momentos es como si hiciera una nueva versión de la secuela La venganza del hombre monstruo (Revenge of the Creature, Jack Arnold, 1955) pero desde el punto de vista de la Criatura.
Además de su amor por los monstruos, también aparece otro tema habitual en el cine de Del Toro: el uso del cuento de hadas como marco narrativo. Estas referencias son siempre desde el lado más oscuro y mágico del cuento de hadas, reinterpretado para un público adulto. Eso también hace que el espectador atento sepa rápidamente cómo concluirá su historia, sin embargo eso no es lo importante. Lo importante es cómo se narra y cómo cambian los personajes.
Hemos hablado de la Criatura, pero no podemos olvidarnos de su Julieta: la Elisa a la que da vida una fantástica Sally Hawkins. Hawkins encarna a la perfección a Elisa, dándole una gran vida interior. Doug Jones es un experto en interpretar a través de capas de maquillaje, de modo que no es una sorpresa la gran personalidad que tiene la Criatura. Tal vez también contribuye que no es una criatura digital (excepto detalles como un doble juego de párpados) sino un intrincado traje. También hace un gran trabajo el resto del reparto, tanto Richard Jenkins como Octavia Spencer se ven entregados a la causa. Y destaca especialmente entre los secundarios el gran villano al que da vida Michael Shannon.
La forma del agua es un fantástico cuento de hadas para adultos. Una historia de amor que es una alegoría contra los prejuicios. Una gran película que recomiendo no perderse en el cine.
Estreno en las salas españolas el 16 de febrero