Entrevistas

Rubén Guallar

Nacido en Barcelona en agosto de 1976, Rubén Guallar Lajara ha vivido en Salerno y en Londres aunque en la actualidad reside en su ciudad natal. Ha sido galardonado con los Juegos Florales de la Universidad de Pompeu Fabra en 1995 por la obra La hora final. En algún lugar debe de haber algo mejor (Ediciones Oblicuas) es su primera novela. También ha participado en los recopilatorios Ilustrofobia (Underbrain Books) y Catalunya Mítica (Orcinypress). Todos los putos días de mi vida (Orcinypress) es su obra más reciente, un poemario lleno de luces y sombras que no dejará indiferente a nadie.

Rubén Guallar

En algún lugar debe de haber algo mejor (Ed. Oblicuas, 2013), es una novela en la que seguimos los pasos de un joven esquizofrénico. ¿A día de hoy mantienes esa desesperanza en tu literatura, o hay algo que ha cambiado?
La desesperanza sigue ahí. Me mentiría a mí mismo si lo negara. Pero intento cada vez más introducir personajes o situaciones cómicas que relajen un poco el tono asfixiante de lo que escribo. Me interesa contar lo que no se cuenta, la verdad oculta del vecino o de la cajera del súper. Y esas suelen ser historias duras y complicadas.

De reojo es el relato corto con el que participaste en Ilustrofobia (UnderbrainBooks, 2014). Siguiendo el hilo de la mirada y el vouyerismo ¿Qué es lo que Rubén Guallar ve cuando observa el mundo?
Veo lo que vemos todos. El truco está en reinterpretarlo, en adivinar qué puede haber tras cada simple gesto. Las cosas pueden no ser lo que parecen y ahí es donde hay una historia que contar.

En 2015 tiene lugar tu primera publicación en OrcinyPress. El relato L’aviador en el recopilatorio Catalunya Mítica que habla de seres mitológicos. ¿Qué vigencia crees que tienen estos seres mágicos de la imaginación popular en la actualidad?
Quizás no la que se merecen. La idea de Catalunya mítica era hacer una reivindicación: no hay que irse a Drácula o a los trolls para hablar de seres fantásticos. Hay muchos y muy interesantes en nuestras leyendas tradicionales.

¿Serías capaz de imaginar un nuevo espécimen mitológico acorde a los duros tiempos que les está tocando vivir a los escritores?
Claro. Podría tratarse de un hombre gris, del gris que tienen las televisiones sin codificar, que aniquilaría todo lo que oliera a cultura y censuraría todo lo que se escapara de su criterio interpuesto. Sería un hombre con mucho poder. Probablemente un ministro.

En Todos los putos días de mi vida (OrcinyPress, 2015), encontramos:
diario + drama + poesía + dibujos + imágenes ¿Cómo se resuelve la fórmula?

Un cajón de sastre maravilloso donde todo cabe: la desesperación, el rencor, los cabezazos contra la pared, la nostalgia, los buenos momentos, las heridas curadas… Es un viaje lleno de curvas y turbulencias que acaba bien, como debe acabar todo camino de aprendizaje vital.

¿Cuál es el peso de la infancia en tu poesía? ¿Crees que los adultos de hoy en día somos niños grandotes e hipersensibles?
Los adultos de hoy en día somos más infantiles que nuestros predecesores y, en especial, los poetas. Hay que ser muy naif para meterse a poeta en los tiempos que corren. Y mis escritos tienen ese punto de niño que está creciendo en la vida y, en concreto, en el amor.

En tus poemas hay muchos viajes, muchas distancias, muchas idas y venidas. ¿Es un reflejo de tu vida?
Sí, totalmente. Quien abra el libro se estará adentrando en mí. Pero no solo en mí, también en lo que veo alrededor, en las historias anónimas que no me son ajenas.

¿Crees que las redes sociales nos han convertido en esclavos del enamoramiento?
Las redes sociales nos permiten los quince minutos de gloria que nos prometió Warhol. Al principio, cuando surgieron, nos volvimos todos un poco locos y quizá se nos fue de las manos. Ahora hay quien está reconduciendo el tema y en vez de alimentar su ego aprovecha para hacer reivindicaciones, informar de lo que calla la prensa o mostrarnos su arte que se queda fuera de los medios más convencionalistas. Las redes sociales son la mejor plataforma para escritores pequeñitos como yo.

¿Hay forma de escapar de la montaña rusa de las emociones? ¿Podrías escribir sin ellas?
No, ni podría ni quiero. La montaña rusa nos hace sentir, nos hace crecer y nos hace crear.

Por último, intenta responder por instinto a esta pregunta, ¿Cuál crees que es el papel de la poesía en el siglo XXI?
Creo que va a continuar siendo la hija rara de la literatura, pero mientras haya cosas que no se puedan decir con prosa, existirá la poesía.