Encontró a su musa en las musarañas, en el diván de la divagación, rodeada por un lago lleno de peces de cal, sed de mal, apagada en su propia baba. Pasos de ratón, pasos de masón sodomizado, acércate y verás lo miope que soy, porque sólo sé lo equívoca que he sido, tantas veces como las que he mojado las sábanas.
Sábanas de voces, conversaciones, esferas de cabello, el librero bebiendo sudor, a viva voz, peinando sus páginas acolchadas, pesando los paquetes de la carrera, yogures de pera.
Y es que ese niño sólo quería ir a pescar, algo para comer, con el cosquilleo entre sus piernas, corriendo para ver si encontraba algo. Esperó hasta la noche, contradiciendo todo, porque sabía que ahí ganaría más manjar. El frío, su espalda congelada, la piel quebradiza, líneas blancas formando ríos fosilizados. La Luna le iluminaba el camino en el bosque, por el que iba hasta el pantano de lodo. Los árboles inmensos acompañaban sus pasitos y los búhos susurraban canciones hipnóticas. Su caña de pescar era pequeñita, como él. Una rama, un hilo, y un anzuelo oxidado pintado de rojo. La mosca nocturna le decía ven, ven a mí, olvida el agua, ¡métete en mí! El niño consternado, no le hizo caso, siguió su andar hasta la orilla pantanosa, y luego pensó ¡oh! esa maldita mosca me serviría de cebo… Y así fue.
Sus deditos estaban pelados, piel levantada, transparente. La frialdad le había empezado a comer, pero a él le gustaba, le era divertido, había creado su propio juego interior. La resistencia se transformó en levitación, con el estómago lleno y muchas ganas de dormir. Tiró hacia delante y lanzó el anzuelo al lodo. Tardó unos segundos en sumergirse totalmente, escuchando una musiquilla en su cabeza, le atormentaba y atolondraba. La mosca, atravesada por el gancho luchaba aún viva entre el lodo,agitándolo levemente, hasta que la superficie se estabilizó, gris bacteria con crema de cacahuete. Él esperó y esperó, sentadito en la tierra seca cremosa. No sabía qué hora era. Nunca lo había sabido. Se sacaba los mocos y los chupaba mientras observaba el manto estelar que le calentaba la piel. No quería saber nada de nadie, solamente se quitó los zapatos y movió los dedos de sus pies, rozándolos con los calcetines. Notó un impulso en su brazo, la caña de pescar se movía, poco a poco, luego sin cesar. Boquiabierto y lleno de mucosidad, oía un zumbido submarino. Para su sorpresa, una niñita salió del pantano, con el anzuelo entre su cabellera. Oh – oh. La niña salió empapada de barro, se frotó los ojos con sus manos y le miró.
Sonrieron.
Con el amor etéreo de Laura García Sánchez, Yrene Del Río y Bruna Blavia.