A muy pocos metros de aquí, en la oscuridad de la noche, Ana María no pensaba que aquellos cinco céntimos que pagó con desdén por la bolsa de plástico del supermercado fuesen a satisfacerla tanto, aunque así era. Últimamente la conciencia colectiva preocupada por el cambio climático, los desastres naturales y, por supuesto, por la contaminación medioambiental, había hecho de las bolsas de plástico su última alarma social, pasando de ser gratuitas a ser de pago con tal de que no se hiciese un uso irresponsable. Antes eran resistentes y permitían incluso más de un uso. Sin embargo ahora habían pasado a ser endebles, biodegradables y en cualquier caso, el negocio perfecto de los supermercados para horror de sus clientes. Porque las nuevas bolsas apenas soportaban el peso de la compra sin que se rompiesen las asas antes de llegar a casa. Por eso, en ese instante, Ana María había tenido una suerte endiablada con la resistencia de su bolsa, al contrario que Sandra, que poco a poco perdía la consciencia. Su mirada se nublaba mientras realizaba unos últimos forcejeos por intentar respirar, pero el oxigeno no traspasaba el plástico que envolvía su cabeza. Ana María sujetó con todas su fuerzas tirando de la bolsa hasta que finalmente la elasticidad cedió y cayó de espaldas al suelo mientras sujetaba unos pequeños jirones de plásticos en ambas manos. Sandra, en cambio, cayó de frente ya sin fuerzas para vivir, y su cuerpo pronto empezó a enfriarse.
Cogió el abrigo para no pasar más frío, era suficiente con el rato que había pasado en los servicios. Le acompañaba Marta, deseaba hacerse un cigarrillo rápido pero descartó la idea al ver a una vigilante de la discoteca en el interior de los servicios. Instó a Sandra a salir afuera para poder fumar con calma, pero le pidió que la dejase entrar en calor ni que fuese por 5 minutos. Con el abrigo puesto cogió del brazo a Marta y la llevó al centro de la pista dónde se encontraban sus ex compañeros de clase de la infancia bailando al son del último hit veraniego que ya, a estas alturas, todo el mundo lo tenía aborrecido. Sandra se desprendió del brazo de Marta para acabar en brazos de Víctor, el chico más divertido y alto de la ex-clase y, por consiguiente, también el más querido entre las féminas del reencuentro de aquella noche, aunque no por ello era el más agraciado. Pero eso no importaba demasiado, la mayoría de ellas siempre le desearon. Era más asequible y no hacía falta ser la sex-symbol para que te hiciese caso. Nunca antes Sandra se había acercado a Víctor con intenciones lujuriosas pero esa noche al igual que todas las noches en Las Vegas, lo que pudiera ocurrir ahí nunca habría sucedido, y no podía ser menos pues su novio, en ese mismo instante, se encontraba durmiendo con grandes ronquidos en su casa y no podía enterarse de nada. Ana María estaba con Estrella, ex compañera de la infancia a quien seguía teniendo como amiga hoy en día y hacía solo tres días que se habían visto. Charlaban sentadas en la barra, Estrella le contaba la última penuria con su compañera de piso, pero Ana María se encontraba alejada de cualquier realidad, las palabras de su amiga apenas eran un murmullo. Los altos ruidos de los altavoces una silenciosa melodía, todo pasaba a una velocidad ralentizada y toda su atención se concentraba en ver cómo la lengua de Sandra penetraba lentamente en la boca de Víctor y éste sonreía mientras su lengua intentaba entrar en la de ella.
Para cuando entró, todos estaban expectantes, esperaban desde hacía rato que llegase Néstor, el último de los que se habían apuntado a la cena. Enseguida llamaron al camarero para pedir las primeras copas de la noche. La cena fue un jolgorio muy distendido que ninguno de ellos hubiera imaginado. Se reencontraban 12 años después desde que abandonaron la escuela. Los cambios físicos de algunos fueron los primeros temas y risas, ya con el primer plato pasaron a hablar en pequeños corrillos de banalidades políticas, sociales y culturales, más que de sus vidas actuales. Excepto Ana María que todo ello no le hacía ni gracia, y si finalmente había accedido a ir era para saber si a ellos la vida les había tratado con mejor fortuna, aunque deseaba que no fuese así. Se sentó frente a Jorge y a apenas dos puestos de Víctor, y aunque estableció conversación con Jorge estaba más atenta de lo que decía Víctor. Poco le interesaba que a Jorge todo el boom de la caída del ladrillo le hubiese afectado dejándolo en la ruina, aunque ello agrandase de forma inconsciente su alegría egocéntrica. Pero le alegraba más saber que gracias a la charla triangular entre Víctor, Blanca y Patricia, este seguía soltero. Porque de ahí a la boda era un paso.
Sandra bromeaba en los comentarios de la página que se había creado para la reunión en una red social online. Pedro, Natalia, Enrique,… todos los de la última promoción de la escuela estaban apuntados, y después de mucho tiempo descubrían asombrados y entre risas que Carmen seguía saliendo aún con Antonio. Habían pasado 12 años desde que abandonaran la escuela y muchos emprendieran sus propios caminos, y ahora, gracias a esta red social online se habían reencontrado. Ignacio, conocido por su irresponsabilidad, morosidad y demás malignos quehaceres fue quien inició la idea de hacer un reencuentro, creando una invitación que envió a todos para quedar a cenar, con el privado propósito de engatusar a algún todavía ingenuo ex compañero y limpiarle los bolsillos en alguna mala inversión. Ana María al recibir el correo electrónico pensó que era algo infantil, una pérdida de tiempo y sobretodo un acto para nostálgicos. Tampoco le apetecía tener que contar su vida. Las cosas no le habían salido bien, tras dejar la escuela no ingresó en la universidad y tampoco había logrado un trabajo fijo. Además, su estado físico era lamentable. Pero cambió de parecer al leer. ¡Fantástico! Justo tengo libre ese sábado, espero veros a todos. Lo había escrito Víctor.
El resto era ilegible. Ana María arrugó la nota dónde tenía apuntada la lista de la compra que le había dado su madre y la guardó en el bolsillo. Improvisó de camino a la salida del supermercado, cogió una bolsa de patatas fritas de un estante superior ya que eran las más baratas, del otro lado del pasillo agarró un par de botes de aceitunas y ya en la cinta transportadora de la caja dejó caer el resto de la compra. Tres tetrabrikes de leche, un par de envases con embutidos, otro de queso en lonchas, un pan de molde con cereales, y por último agregó dos chocolatinas que cogió de un estante en la misma caja dónde se pagaba. La trabajadora con cara escéptica le dijo: son ocho con veinte. Ana María le dio un par de billetes de cinco y recogió uno con ochenta de cambio. Cuando se dispuso a recoger la compra vio que no había bolsas. Le pidió una a la cajera, pero ella le informó que ahora costaban cinco céntimos cada una. Ana María refunfuñó e intentó coger toda la compra sin tener que usar una bolsa, pero vio que era imposible así que le pidió una dándole una moneda de cinco. Abrió la bolsa cuando vio que en realidad eran dos. La cajera se la dio por despiste. Ana María se guardó una en el bolso y llenó la otra con todo. Caminó de vuelta a casa con prisa, se le hacía tarde y no quería que su madre le llamase la atención.