Un título bastante largo para lo poco que voy a tardar en contaros esta historia que será la primera de, espero, muchas. Porque veréis, Roger, entre otras cosas, es un buen ciudadano del estado español y como tal, le gusta contribuir en el mantenimiento de lo que España nos ofrece. Como las autovías. Esas carreteras que se amortizaron hace unos veinte años y que por alguna razón, seguimos pagando a día de hoy. Pues a Roger le gustan tanto los peajes, que desactiva del GPS la opción de evitarlos. No sólo eso sino que si puede, se saca de la manga rutas alternativas donde haya que pagarlo. No os exagero. Roger es capaz de pagar peaje yendo por una carretera comarcal.
El primer peaje que pagó a lo tonto sucedió dentro de su propio pueblo, por lo que tiene mención especial. En palabras de nuestro protagonista: “quería evitarme el tráfico”. Porque el pobre se piensa que en un pueblo en el que sólo hay camiones existe algo llamado tráfico. Madrid en hora punta debe reunir a todos los habitantes del planeta para él. Animalico.
Se encontraba en el centro del pueblo y ante la expectativa de estar esperando horas y días y años a que el tráfico se descongestionase, decidió dar un rodeo por la autovía que pasaba justo al lado y que le llevaría prácticamente a la puerta de su casa. Con decisión, se incorporó a la carretera y condujo durante unos minutos en completa tranquilidad. Al fin y al cabo, era un recorrido que había hecho decenas de veces. Al cabo de otro par de minutos, vio la salida a la derecha y se metió por ella. Y…
-Vaya… -murmuró Roger–. Esto… no me suena.
¡Oh, noes! Había entrado en la salida equivocada. No en una de esas salidas equivocadas en las que aún sabes dónde estás pero que la has liado parda porque te va a tocar dar una vuelta del copón. No. Era una de esas en las que ni siquiera te sonaba el paisaje. Como si el universo se hubiera replegado sobre sí mismo, hubiese creado un agujero de gusano y hubieras aparecido en Australia, por ejemplo. Vamos, que no tenía ni puta idea de dónde estaba.
Así que lo único que pudo hacer fue lo que mejor se le da: seguir la corriente. Continuó conduciendo durante bastante rato, cada vez más acojonado por el paisaje desconocido que le rodeaba. Y de pronto, allí estaba. Bordeando el horizonte, plantado como una torre imperial con banderas de arco iris para que lo vieses bien.
El peaje.
Maldiciendo su suerte, esperó su turno, pagó de mala gana aunque con mucha educación y prosiguió su camino. No habían pasado ni quince minutos cuando el universo se desplegó y Roger empezó a reconocer los alrededores. Concretamente los que tenían pinta de ser su pueblo. De haber podido, hubiera frenado en seco porque lo que vio lo dejó sin palabras. No solo había regresado al pueblecito sino que había aparecido por la carretera que le llevó al mismo punto del que había partido.
Miró carretera adelante, ya no había tráfico. Y era normal, había estado cuarenta y cinco minutos haciendo el pelele por la autovía. Condujo hasta su casa, aparcó, saludó a sus padres y permaneció en absoluto silencio el resto del día. Jamás contó esta historia a nadie.
Sólo a una persona, y claro, ahora lo sabe todo el mundo. Cortesía de Yolanda Bocazas.
Así que ya sabéis, estad pendientes de todos los capítulos de Roger McOg y en especial de aquellos múltiplos de cinco, que contará las increíbles aventuras del hombre que pagó todos los peajes de España.