Decía una canción de Pereza: Acabo de esquivar un tiro, pero me han rozado dos. Un tremendo ejemplo de cómo me siento muchos días al llegar al calor hogareño. Veamos algunos ejemplos.
Escena primera, exterior día: El otro día apareció en un disco duro una vieja fotografía, en ella aparezco con tres personas. Un curioso trío que revoloteaba en mi circulo laboral. La foto tiene tres o cuatro años aproximadamente y en la actualidad todos esos tipos se han marchado de la ecuación. Uno está muerto, los otros dos en la cárcel.
Escena segunda, interior atardecer: Durante una reunión de trabajo, alguien me comenta que el legendario Torbe anda enfadado conmigo. Tras salir de prisión se topó con algunos de mis programas donde su ex -pareja analizaba un pasado en común. Decido llamarlo y durante diez minutos hablamos distendidamente. Le explico mis motivos (laborales) para tocar esta clase de temas y parece entender mis justificaciones. No puedo dejar de sentirme extraño tras conversar con alguien que acapara tantos titulares, y no precisamente bonitos.
Escena tercera, exterior anochecer: Invitado en un congreso de blogueros sexuales, llego con la fiesta comenzada y me percato de ciertas miradas furtivas. Me topo con una cantidad de personas que no me caen bien y que suelen ser víctimas de mis ataques radiofónicos. La profesionalidad me puede y mantengo algunas conversaciones de ascensor. En casa me tocó darme una ducha con extra de jabón.
Estos tres ejemplos definen cómo es una jornada laboral en la vida de un agente doble, así es como me siento últimamente. Cerrando pactos con el diablo y tomando café con gente que no soporto. ¡Todo sea por mi programa!
Algunos lo llamarán hipocresía, pero hay una fina línea que marca las diferencias. En mi caso, como el trabajo se antepone al resto de facetas de mi vida personal. Intento jugar mis cartas de manera correcta, soy un James Bond de ascendencia ibérica que solo pretende tener contactos hasta en el infierno.
De la misma manera hace pocos días me tome un café en la oficina con un antiguo enemigo ahora reconvertido. Este señor vino pidiendo perdón, tras comprender que durante nuestra batalla era servidor quien tenía la razón. Traicionado por su jefe (otro enemigo) me pedía humildemente perdón. El caso es que durante nuestro amistoso café me confesó que en ciertos círculos laborales soy conocido como: ¡Coletas!
¿Coletas? ¿De verdad? ¿Es una broma? Hace años que no llevo coleta, además previo al corte de pelo estuve dos años luciendo moño y para colmo, quien me llama así es calvo. Sí, calvo, como una bola de billar. Así son mis enemigos de originales, un calvo de mierda que pretende humillarme llamándome coletas. Como si el ofendido tuviera que ser yo, cuando el que parece Mortadelo es él…
Otro detalle detectado en estas ultimas semanas tiene que ver con mi apellido. Obviamente todo el mundo sabe cómo me llamo. Pero desde hace poco estoy detectando que cuando alguien no es partidario de mi persona, obvia mi nombre y se centra solo en mi apellido. Parece que cuando estás en el bando contrario Alex desaparece y solo queda Salgado. Para ser más exactos: ¡El Salgado!
Lo tengo comprobado, si entro en un sitio y me llaman Alex, todo fluye sin problemas. Pero si por el contrario la recepción viene acompañada de: ¡Hombre el Salgado! Entonces, mala cosa. No sé qué extraño proceso mental anula mi nombre y vincula mi apellido con algo negativo. El Salgadooooooooooo, así arrastrando la letra final con cierto tono de asco. Realmente la mente humana es peculiar y extraña.
¡En fin! Creo que basta de revelar secretos por hoy, debo seguir combatiendo contra el mal. Llamadme Gado, Salgado.