Me gustan los espacios pequeños que puedo controlar. Aquí las paredes también están vacías y son tristes, como en el sanatorio, pero no me siento encerrada. Es un vacío agradable. Me recuerda a ti.
Hay una ventanilla que puedo abrir y cerrar. Es como un pequeño teatro. Ahora estoy, ahora me escondo. Ahora hablo por el micrófono y mi voz mecánica te vende una entrada. Ahora me voy a hacer pipi y pongo un cartel para que la gente se espere, “Taquilla momentáneamente fuera de servicio”.
Sí, este trabajo me va. Los asientos numerados, el olor a palomitas, las entradas con descuento y tus mensajes, querido desconocido. Sobretodo tus mensajes lubricados que florecen como plantas carnívoras en mi terminal multimedia.
No sé nada de ti, es cierto. Y en teoría eso debería asustarme. Podrías ser un loco. Pero tú aún sabes menos de mí y aunque no estés asustado, quizás deberías.
No voy a contarte nada que no quieras oír. No puedo explicarte lo de la habitación acolchada. Y tampoco hablaré sobre mi colección de flores ensangrentadas. Además da igual, ya no la tengo. Me la quitaron. Sólo conversaremos sobre nuestros juegos. Esa será la única regla.
¿Y qué juego toca esta vez? ¡Ya sé! El de la blusa transparente y las tetas sin sostenes. Algo sutil, que no llame la atención más de lo necesario. Algo que sólo note quien de verdad quiera fijarse.
¿Sabes? Cuando compres la entrada, sabrás si te he reconocido por la erección de mis pezones, les gusta ponerse tiesos y mirar a las estrellas. Pero si vuelvo a fallar me tocará pagar prenda, de nuevo. No pasa nada, esperaré instrucciones.
***
La tarde transcurre previsible y rutinaria en este Multisalas. Vendo entradas a Dios y su padre. Atiendo a grupos de jóvenes, a familias, a parejas de novios. No han venido demasiados solitarios. Pocos y raros, de los que no apartan la mirada del papelito de la entrada. No sé qué pensar. Tal vez me hayas dado plantón y eso sería una lástima, porque a mí me va el erotismo retro de tu misterio. Seré una nostálgica, pero me gusta Emmanuelle, El último tango en París y Delicias Turcas. Me va la masturbación. Dibujar cosas hermosas con mi propia sangre. Decorar con células de menstruación el herbolario de mi hermana. Aprovechar las hemorragias nasales para escribir versos. Pintar puestas de sol con la tinta roja de mis cortes. Me gusta ver el mundo a través de la puerta abierta de mis heridas. Heridas que ya no puedo auto-inflingirme porque me devolverían al sanatorio. Porque prometí al doctor que no volvería a usar mi propia sangre para iluminar el mundo. Y una promesa es una promesa: NO mi propia sangre, NO la mía, nunca más (hay otros caminos). El doctor creyó en mí y me dio el alta, y yo le debo mi palabra, porque él entendió que he aprendido a contener mis impulsos. Por eso, aunque a veces deseo follarme a personas que acabo de conocer, normalmente no lo hago. Cuento hasta diez, respiro, pienso en otras cosas para olvidarme del tema. A él no me lo follé, le demostré que era capaz de controlarme. Pero otras veces sucede y entonces una corriente eléctrica me posee y no consigo frenar. Contigo, querido desconocido, me gustaría follar con electroshocks que gravasen a fuego nuestro encuentro. Desearía sentir las convulsiones de tu polla mientras me electrocutan. Atraparte con contracciones vaginales de otro mundo. Ver la corriente sanguínea en tus ojos, convertir tus líquidos en mi electricidad. Pero hoy no has venido y dudo mucho que alguna vez te hayan aplicado electroshocks, por eso no puedes comprenderme.
Bip-Bip
Tiene un mensaje nuevo:
Te sienta muy bien esa flor roja
que te has puesto en el pelo.
Hace juego con tus pezones.
¡Ostia! Me tocará pagar prenda.
“Taquilla momentáneamente fuera de servicio”