¡Domingo por la noche! Estoy en un extraño trance mental mirando la nada más absoluta, en pleno pasillo del Salón Erótico de Madrid. Llevo dos días soportando unos volúmenes de sonido que dejarían sordo al mejor pinchadiscos pastillero. Mi cabeza no aguanta tanto estrés y una actriz porno me encuentra en un pasillo del palacio ferial, solo y mirando las musarañas. Estoy al borde de la extenuación…
Pero viajemos en el tiempo, tres días antes descubro una nueva situación laboral que me hace sonreír cual payaso malvado de los cómics. Cuando uno hace radio vive en una especie de burbuja de soledad donde encadenas grabaciones y apenas tienes contacto con el mundo real. Obviamente buscas el amor ajeno y te molestas con las críticas, pero algo está cambiando en algún rincón de mi mente.
En este salón erótico tuve el placer de ver como personas que días atrás me estaban poniendo verde en redes sociales y enviándome fotos amenazadoras. Ahora evitaban tener contacto visual conmigo, no querían estar en el mismo metro cuadrado e incluso tiraban un macetero al suelo para escapar de mi presencia.
Una larga lista de personajes relacionadas con el porno se pasaron todo el fin de semana escapando de mi persona, cual viejecita que cruza la calla al ver como alguien con mala pinta gira la esquina.
Horas antes de mi trance y estos regates subversivos servidor se sentó, grabadora en mano, con una de sus ex-peores enemigas. Una transexual que durante años fue motivo de burlas en mi show. Aunque hace tiempo enterramos el hacha de guerra presionados por amigos en común. En esta ocasión nos sentamos y conversamos sobre todo lo ocurrido desde que firmamos la paz y me sorprende contándome un seguimiento que yo desconocía sobre mi programa.
Resulta que la mafia del porno que la rodea: escucha, analiza y distribuye mi trabajo buscando referencias hacia ellos. Creando una red casi militar de defensa, hace poco incluso crearon diferentes formatos mediáticos como respuesta hacia mis ataques. Parece que no les sentó bien que una ex-trabajadora de su empresa apareciera en mi programa contando ciertas verdades dolorosas.
La transexual me comenta (sin yo preguntar) como mi programa ofende incluso a los más curtidos en esto del salseo y me pide que cambie mis objetivos de ataque. Obviamente hago caso omiso de las peticiones… Pero algo cambia en mi interior, descubro en ese momento que ser odiado me pone cachondo.
Llevaba años pidiendo disculpas cuando alguien se ofendía y siempre justificaba la polémica como un acto paralelo de mis programas. Me sabía peligroso, pero nunca lo vendía como un elemento principal. Sentado ahora con esa muchacha/muchacho me descubro gozando con la realidad de ser realmente odiado. No hablamos de niños ratas, haters de redes sociales o envidiosos de andar por casa. ¡No! Estamos hablando de empresas enteras que se preocupan y rastrean mi trabajo para poder generar una respuesta inmediata. Personas que se toman muchas molestias por un simple locutor que dice tonterías en formato MP3. ¡Me pone!
Sonrío, termino la charla y me marcho más hinchado que un pavo en acción de gracias.
Cual Joker en los cómics de Batman, me excito al saber que mi trabajo genera caos y destrucción. Lejos de arrepentirme, mi cerebro comienza la creación de nuevos ataques malvados y bromas de dudoso gusto. Soy el príncipe del crimen, el bufón malvado, una mala persona que se pinta la cara de blanco y rojo. Hasta ahora la cosa era diferente, pero este fin de semana en Madrid muchas cosas están cambiando.
Una sonora carcajada ilumina el cielo de Madrid…