Y el lavabo se convierte en estudio fotográfico.
Siempre he pensado en los lavabos como escenarios magníficos. Tienen todo lo que se puede necesitar para representar una función. El espejo se convierte en cómplice perfecto de crímenes, pasiones y aterrizajes extraterrestres. Es el testigo mudo en el que se escriben mensajes secretos que solo emergen con el vaho. Es el cristal amante de mensajes suicidas y pintalabios rencorosos. El lavabo. El último escondrijo de la víctima. La primera guarida del asesino. El lugar perfecto para recibir una paliza o para morir. El único refugio en caso de catástrofe. El pequeño circo de azulejos dónde nos masturbamos, follamos, vomitamos, meamos y defecamos sin límites.
Me siento en la taza del water, cierro los ojos, y me pongo a imaginar a mercenarios mafiosos que irrumpen con violencia y abren a patadas la hilera de puertas. Sueño con voyeurismo urbano de personas que espían a otras personas. Veo a chicas borrachas que no consiguen aguantar la cola irracional de la discoteca y acaban meando en el Ficus de plástico. Veo narices dilatadas metiéndose rayas, lenguas drogadas que lamen inodoros sin pensar en los detergentes ni en los raticidas que puedan haber echado por ahí. Cucharillas y jeringas en acción. Encuentros clandestinos. Sexo ilegal. Mensajes cósmicos escritos con rotulador que se convierten en manchas borrosas y se deshacen a la vez que mi imaginación me devuelve al retrete en el que me encuentro y en el que me he encerrado para cumplir mi palabra.
Porque aquí puedo hacerlo. Los lavabos de este Multicines huelen a un agradable perfume que parece incienso y que marea un poco. Del grifo de agua caliente sale agua caliente de verdad. El jabón hace espuma, y es blanco, con textura gelatinosa y aroma de coco. El seca-manos es tan moderno que parece de nave espacial. Tiene pinta de radiador y dos chorros de aire caliente secan las manos en pocos segundos. Por un momento se me ocurren un montón de cosas que podría introducir en ese seca-manos. Pero no tengo demasiado tiempo para fotografiarme sin que se me vea la cara y mandarle la foto al mail de mi querido desconocido. Hay que pasar a la acción.
¡Qué comience el espectáculo!
Ante el espejo, desabrocho los botones de la blusa y dejo al aire la alegría de mis pechos. A mí siempre me han parecido demasiado grandes, aunque mi madre intentase convencerme de lo contrario comparando mi cuerpo con el de Silvana Mangano en la película Arroz Amargo. Amor de madre, supongo.
Observo cómo el reflejo de mi mano baja la cremallera de la falda que se desliza suavemente hasta el suelo. Todo va bien. Me arremango los pantys hasta la mitad del muslo y juego con las bragas colocándolas de manera que comience a verse el vello púbico. Sólo un poco, lo justo para excitar su imaginación. No quiero mostrarle mi sexo desnudo todavía. Eso es algo que no voy a regalarle. Tendrá que ganárselo.
La ornamentación vegetal del lavabo me resulta extraña. Me da morbo. Son ramas de algodón, con tronco marrón oscuro y flores blancas. Saco las ramas del jarrón y las monto en una especie de abanico que me tapa la cara. Ahora solo falta encontrar un lugar dónde ubicar la flor roja que llevo en el pelo. Pienso en las bragas, para que se fije más en los dos centímetros de pubis con que le obsequio. Porque sólo habíamos pactado los pezones. Esa era la prenda a pagar por haber perdido la partida. Una foto mostrándoles los pechos desnudos sin taparme los pezones. Claro, que él no puede imaginarse hasta dónde llega mi sentido artístico del asunto.
Así que me quito la flor del pelo, dejándola un momento sobre el mármol y entonces, al contemplarla, súbitamente me invade un recuerdo de mi infancia. Como una puñalada traidora, vuelve a mi mente la encerrona que sufrí una mañana en el lavabo del colegio.
La dominación no puede soportar las almas libres. Ni siquiera las que han salido retorcidas y taradas, como la mía. La voz que espera un eco no soporta el silencio de la indiferencia. Ella lo tenía todo, mientras que yo no tenía nada excepto a mí misma. Al parecer se vio amenazada y por eso me encerró aquella mañana a la hora del patio.
Martina con su cuerpo de luchadora de Sumo y sus flores en el pelo, me agarró de las orejas y me estampó contra el suelo. La sangre comenzó a brotar de mi nariz como un manantial que llegó a mis labios. Sangre que empecé a lamer como si estuviera endiablada. Creo que Martina nunca había visto una sangre tan oscura y tan espesa, ni una lengua tan lasciva como la mía, recreándose en la herida física que nunca podría doler tanto como las heridas de la mente. Todo está ahí. En la mente. Y yo no iba a escurrirme por la nariz a cambio de nada.
Aguanté sus insultos y sus pisotones. Aguante su superioridad de idiota erguida ante mí. Ella no esperaba que fuera a agarrarle de las piernas y estirar con todas mis fuerzas, tumbándola en el suelo. Salté sobre ella como una pantera. Me puse encima de su barriga, le agarré del pelo y comencé a golpear su cráneo contra el suelo.
¡Para, para, para! Gritaba la cochina.
¡Pumba! Cabezazo en toda la boca que le hizo saltar un diente. Entonces su sangre se confundió con la mía. Martina se tapaba la cara con las manos. Ella tan grande, allí estirada no comprendía lo que estaba ocurriendo. Simplemente, mis límites eran diferentes a los de ella. Yo no pretendía insultarla ni pisotearla. Lo que quería era entrar en ella, coger sus pigmentos y dibujar un paisaje. Saqué el lápiz que guardaba en el bolsillo de la bata, un Staedtler del número dos, y se lo introduje en el ano mientras que imaginaba su empalamiento. Remené como una bruja emulsionando su pócima. Ella se puso a llorar. Todavía no sé si de horror o de placer, supongo que las dos cosas mezcladas. Pero al final me dio pena. Así que le arranqué las flores del pelo que se llevaron enganchados algunos de sus mechones rubios. Me coloqué las flores frente al espejo y vi sus mechones brillar sobre mi cabellera rojiza como si fueran una corona laureada.
Martina y yo. Un espejo convertido en lienzo improvisado. Nuestra sangre y su mierda componiendo un mural rupestre de montañas oscuras y prados carmesí. La expulsión del colegio y la primera reclusión en un sanatorio. Recuerdos. Los juegos de la mente.
Click, click, click, click
Deberes hechos.
Para: Travis Bickle
Asunto del mensaje: Primer plano de chica semidesnuda encerrada en el lavabo de un cine. Primerísimo plano de pezones risueños entre algodones y fantasía de tanga negro con flor roja.
Texto del mensaje:
Siente mi entrega y mi deseo. Sientelocalientequemeponenuestrojuego
Espero que estas fotos te hagan compañía frente al ordenador. Hagas lo que hagas con ellas, vuelve y cuéntamelo.
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