Hoy no hablaré de mi novia, lo siento, cari. Hoy voy a hacerlo acerca de un personaje que me es más cercano, físicamente hablando: Oriol, mi compañero de piso. Me dejaré crecer el bigote y asumiré el título de doctor para reencarnarme en un Watson “made in China”.
A principios de año decidí dejar el piso que compartía con unos compañeros, para ocupar la habitación vacía que tenía Oriol. Ya lo conocía de cuando habíamos trabajado juntos, sabía que era una persona tranquila y de fácil trato y, por una vez, las expectativas se cumplieron.
Oriol es un personaje singular. Alto, rubio y de ojos azules, parece cumplir cada año los 28. No tiene vicio conocido; no bebe, no fuma y, si folla, no me ha llegado noticia alguna. Quizás sus únicas pasiones son dos: la música y la comida.
Decir que come es faltar a la realidad. Sus raciones alimentarían a tres tribus africanas, y hasta les harían sufrir un empacho, aunque la cosa no acaba ahí; no puede faltar un yogur (o dos) acompañado de tres o cuatro rebanadas de pan de molde. Y cuando tú ya empiezas a recoger la mesa, él alarga la mano y caen aún un par de Kinder Bueno’s. Consagrado el ritual, sólo falta que se frote la panza y proclame orgulloso un “¡qué lleno y feliz estoy!”.
La música es el pilar de su vida, el ying y el yang, su hobby y trabajo. No sólo toca en un grupo, ensaya con otro y colabora con un tercero, además llena sus horas (en realidad todas, está en el paro y sin muchas ganas de buscarse un curro) grabando maquetas. A veces estoy yo en mi habitación leyendo y en una sola tarde escucho cómo hace arreglos para una banda de heavy, modula la voz de una solista pop y ajusta el tempo a un grupo de folk, acabando por las bases de una MC.
Si de algo me puedo quejar es de su juego sucio en la Play Station. Después de comer y cenar, son sagradas nuestras tres partidas de diez minutos al Pro Evolution Soccer. Él siempre con el Barcelona y a mi no me queda otro remedio que ir cambiando. Sólo tiene una jugada bastante simple, sprint hasta acabar la pista y centrar al 9, y hasta que no consigue superarme en goles cierra su área y sesga toda posible incursión mía, cosa que hace difícil jugar con fluidez. Ya harto de la situación, he tomado cartas en el asunto, y he apostado por el chut de fuera del área; y funciona.
Y os preguntaréis por qué cojones os explico todo esto, ¿verdad?, pues es simplemente porque el otro día estaba limpiando los platos con agua caliente cuando el sacó la cabeza y se produjo este diálogo:
Oriol- ¿Qué haces?
Yo- Limpiar los platos.
Oriol- ¿Con agua caliente?
Yo- Sí, claro.
Oriol- ¿Acaso tienen frío los platos?
Yo- No, pero yo sí.
Oriol- A ver, en qué quedamos, ¿estás limpiándote las manos o los platos?
Yo- Los platos.
Oriol- Pues apaga el calentador, no creo que los platos se quejen y eso que nos ahorramos.
Por esta y mil cosas más, ya era hora que alguien le dedicara unas líneas a Oriol.