Dicen que los polos opuestos se atraen. Afortunadamente no es así, en tal caso la Tierra quedaría aplastada y los únicos supervivientes serían los pingüinos y los osos blancos; las cucarachas no, esos seres capaces de aguantar una alta radiación nuclear estiran la(s) pata(s) a los diez grados bajo cero. Losers.
Mi pareja y yo somos distintos, completamente. Si ella fuera una flor, yo sería un cenicero de sesenta céntimos de los chinos, ni más ni menos. La Barcelonauta es un maravilloso ser impulsivo, sentimental y anárquico. Por mi parte, sólo podría definirme como vago, egocéntrico y anatómicamente perfecto; lo pueden corroborar con mi madre cuando deseen.
¿Cómo dos personas tan distintas pueden compartir un amor tan bidireccional y equitativo? ¿No tendría este sentimiento que desmoronarse por el desgaste de desavenencias y contradicciones? Seguramente, pero el cemento que evita tal destrucción lo forman dos sólidos ingredientes: la fascinación (¿cómo puede no disfrutar de la comida grasienta?, ¿qué virtudes esconde la naturaleza que no se puedan degustar a través la pantalla del ordenador?, ¿cómo puede considerar elegantes prendas que parece haber diseñado la Asociación Española de Dáltonicos?) y en segundo lugar, y no menos importante, las experiencias en común.
Una escapada de fin de semana romántica, confesiones románticas a medianoche, un masaje mutuo romántico, un coito romántico o una columna románica pueden unir mucho, por encima de personalidades, hábitos y manías completamente distintas. Pero a veces son precisamente las experiencias no tan románticas las que consolidan una pareja: las límite, las aterradoras, las inexplicables; las que provocan miedo. He aquí un buen ejemplo de ello.
Era una noche de primavera. La cena, precocinada, el sonido de fondo de la televisión donde retransmitían un partido de fútbol y una botella de lambrusco barato y caliente despertó un ardor en nuestro cuerpos que tenía que ser apaciguado. Descartado un combate de Taekwondo, yo no tenía kimono y pasaba de luchar en albornoz y que ella pudiera atrapar mi miembro en el aire y estrujarlo hasta dejarme inconsciente, decidimos practicar sexo.
Nos encerramos en su habitación. Allí, a oscuras, el espectáculo empezó. No quiero entrar en detalles, no cobro lo suficiente, pero lo que allí ocurrió durante más de cinco minutos, sin exagerar, podría definirse como una performance del Cirque de Soleil patrocinado por Bricomanía y dirigido por Bigas Lunas: contorsiones, juguetes de todo calibre, sudores y banda sonora compuesta por el coro de quejas a grito pelado de los vecinos. Una vez acabado aquel acto de amor puro nos dormirnos acurrucados con los aplausos de sus compañeros de piso de fondo.
Fui yo el primero en despertar, aún de noche, y descubrir que algo extraño ocurría: un gruñido aterrador, que parecía emitir el mismísimo infierno. Ese son, rugido hipnotizante a la vez que amenazador, me había desvelado, empujándome al terror más absoluto. Armándome de valor y hombría, actué raudo y veloz.
-¡Despierta, despierta! Creo que Dios quiere castigarnos por pecadores.
-Mmmm… no pienso hacértelo, te huelen los pies…
Viendo que mis actos no daban resultados, decidí tomar cartas en el asunto.
-Dios, por favor, si tienes que llevarte a alguien que sea ella. Soy demasiado joven y atractivo para morir, y aún tengo que acabar mi colección de cromos de la Liga de la BBVA.
-¿Qué demonios ocurre?
-¿Dios?
-No, pero con la paciencia que tengo podría serlo. ¿Qué es ese ruido?
Y ella, adormecida y valiente a partes iguales, pisó el suelo mientras yo me escondía debajo las sábanas. Ya rezando la única oración que me conozco, “Feo, fuerte y formal” de Loquillo, alguien tiró de mi protección. No era el demonio dispuesto a arrastrarme al infierno, era ella, mi amada, que sostenía entre sus dedos un objeto minúsculo, pero no por eso, menos aterrador.
-Era el anillo vibrador. No lo hemos apagado.
Y allí, amigas y amigos, una consigna se adueñó de mí. No hay persona en esta vida a la que pueda amar más que a la Barcelonauta. Ese ser, por su valentía, tesón y amor infinito, merecería compartir trono con otros mitos tales como Gandhi, Guardiola y Rocco. La amo, ella es mi salvadora y merece todo mi respeto y admiración. Dios puede ser todopoderoso, pero ella, además, es más valiente y huele mejor.