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El Naufraguito

La canción “El huerfanito”, de Antonio Machín, decía aquello de: “huérfano, huérfano soy, yo soy el huerfanito…”, y fueron estas estrofas las que aparecieron en la mente de Ceferino Galán, durante el viaje de regreso de la casa de Salvador Dalí, en Portlligat. Galán tuvo la ocurrencia de cambiar los versos de Machín por los de “náufrago, náufrago soy, yo soy el naufraguito…”. ¿Por qué? Pues porque Galán colaboraba en el boletín “El Nàufrag o el rai de la Medusa” (El Náufrago o la balsa de la Medusa), de la asociación de artistas Grup TACA, en el barrio de Sant Andreu de Barcelona. Una cosa llevó a la otra, y la poderosa imagen de un náufrago en los mundos surrealistas de Dalí, dieron lugar al germen del fanzine que nos ocupa.

El Naufraguito

Como pueden ver, el nacimiento de El Naufraguito no es producto de la banalidad, ni de una noche de juerga, ni de un proyecto artístico entre amigos como cualquier otro. No. El Naufraguito nació a partir de una idea filosófica. A partir de una poderosa imagen. Quizás la de la Isla Naufragio (cuya guía turística pueden encontrar en el número 50 del fanzine). O tal vez la imagen que evoca la sentencia del Manual: “La verdad no está en el medio, hay que encontrarla mediante continuas excursiones a uno y otro reino porque si bien la proporción es la clave final, partir de ella es garantía de fracaso”. O quizás el Big Bang del invento sea la epifanía que vivió el mismo Galán, cuando, mientras hacía su servicio militar en Mallorca, le cayeron del cielo 26 páginas de un escrito autobiográfico que comenzaba con la frase: “Yo soy quien soy, y no me cambio por nadie”.

Pura filosofía, como decíamos. Y desazón. Y existencialismo depresivo. Y juegos de palabras, ahogos, agonías, estertores, ironía mordaz y desamor furioso. Dolor privado, placentero y espiritual. Y todo, sí, todo apretujado en las páginas de un fanzine que contrarresta tanta carga poética con pegatinas, recortes, suplementos miniaturizados, juegos visuales y dibujos tragicómicos.

Premio al Mejor Fanzine Español en 2003 y 2011, El Naufraguito ya va por el número 88 (que no es poco), titulado “Por un pelo que maté, matapelos me llamaron”. Hasta el número 100, todavía tenemos tiempo de conocer los estados del alma, la repugnancia de la geometría, la poesía para necios o incluso saber si Elvis era, en realidad, rubio.