Relatos

Los tres cerditos

Una tarde preciosa de verano en un bar cualquiera de la ciudad. Luis, Raúl y Ginés, tres amigos de la infancia, toman café y hablan de la vida laboral. Pese a parecer el enunciado de un problema matemático de EGB, aquí la ciencia no funciona. Luis es moreno, está casado con Laura y vive felizmente en un apartamento alquilado. Raúl, rubio, con aires de Brad Pitt, es soltero y se acuesta con la mujer de Luis cuando éste acude a la oficina. Finalmente, Ginés, el pelirrojo, vive enamorado de Laura desde que comenzó a salir con Luis, pero jamás se ha declarado. Han pasado dos años y ninguno sospecha nada.

Los tres cerditos

–¿Qué haréis este finde?–pregunta Ginés.
–Me quedo en la ciudad–dice Raúl.
–Sí, yo también–contesta Luis.
–Vaya, pensaba que tenías un viaje de negocios…–dice Raúl.
–Sí, pero lo he aplazado. Laura y yo hacemos dos años el sábado.
–Entiendo–contesta Raúl y da un sorbo.
–Eres afortunado, tío–le dice Ginés y toca su hombro.

Los tres amigos pagan su café, se despiden levantando el brazo y regresan a sus casas.

Es sábado y Raúl, vestido de chaqué, cruza la puerta de un conocido restaurante del centro. Las farolas alumbran la calzada.
Minutos después, Ginés camina por una esquina con un ramo de flores mientras fuma un cigarro y se acerca a la entrada.
–Vaya, Ginés. Qué haces aquí. Tienes una cita, o qué–dice Raúl acelerado.
–Eso me pregunto yo. Tú eres más de hamburguesas–contesta Ginés. Ambos ríen.
–Es una reunión de negocios.
–Ya. Si estás en el paro, capullo–dice Ginés.
–Bueno, quién es ella.
–Una amiga.
–Invítame a un pitillo, anda, y suéltate–impone Raúl.

Ginés vacila unos minutos y acaba contándole a Raúl su amor platónico por Laura. Piensa que declararse es patético pero quiere deshacerse de su carga moral.
–No lo hagas. Se reirá de ti–contesta Raúl.
–Ya, ya lo sé. No digas nada, por favor.
–Hazme caso. Olvídate de ella–dice Raúl.
–¿Por qué?
–Es una zorra.

Ambos pegan un par de caladas en silencio mientras observan los coches pasar.
–¿Y por qué aquí?–exclama Raúl.
–Aquí, el qué.
–Por qué has venido aquí, digo–replica y fuma.
–Ah. Luis me lo dijo. Quería prepararle una sorpresa.
–Y tú eres la sorpresa ¿verdad?–pregunta Raúl y ríe.

Un taxi estaciona y Luis baja del asiento trasero. Viste una americana azul y unos vaqueros oscuros. Los tres amigos se miran. Luis parece sorprendido.
–¿Qué cojones hacéis aquí?–pregunta sonriente y abraza a los otros dos. Luego suelta una palmada en la quijada de Ginés–¿Quién es la afortunada, pichón?–pregunta.
–Pronto lo sabrás–contesta Raúl mientras ríe.

Los minutos pasan y el trío de amigos se fuma otro cigarro en la puerta del restaurante. La tensión entre miradas aumenta.

–Dios, esto acaba bien–murmura Raúl.
–¿Qué has dicho?–pregunta Luis.
–Nada ¿Le dijiste que era aquí?
–No exactamente. Le dejé un mensaje en el contestador.

Minutos más tarde, un taxi estaciona a lo lejos. Unas largas piernas femeninas enfundadas de negro, cruzan la puerta trasera. Una mujer rubia con abrigo de visón sale del vehículo.
Los tres amigos se sorprenden, sus corazones se aceleran y encogen como un puño. De pronto, Ginés decide correr bajo el impulso de su pasión, pero Luis lo agarra del brazo.
–Espera–susurra al oído.

Del taxi baja otro hombre, más alto y corpulento que los tres; más atractivo y adinerado que ninguno. Laura enlaza su brazo y le cruza un apasionado beso en medio de la calle. Después, la pareja continúa calle abajo y se pierde en el infinito.

Ginés cabizbajo lanza su ramo al suelo.
Luis llora impotente y grita arrodillado.
Raúl se enciende un cigarro y sonríe –Ya sabía yo, que esto no acababa bien–.

© Ilustración: Bouman