Relatos

Maldito Lorenzo

Era tan perfecto que daba rabia, de verdad, no miento. El cabrón lo hacía todo tan bien que daban ganas de buscarle los tornillos para demostrar que era un robot. Un robot construido por una asociación secreta cuyo objetivo era humillar y dejar mal a todos los compañeros de clase. ¡Eso, seguro que era eso!. Lorenzo no estuvo todos los años con nosotros y creo que se marchó hacia quinto curso, pero dejó huella durante esos años. Era rubio, con el pelo rizado, una monada según las madres, una verdadera putada en mi opinión. No había remedio, uno podía destacar un poco en cualquier cosa que venía él y no sólo lo superaba sino que encima demostraba que lo anterior era deficiente y por lo tanto inútil. Lo dicho: una putada.

Maldito Lorenzo

Segundo curso: 7 años. La profesora nos propone hacer un cómic. Algún despistado pregunta que es eso y ella lo explica. Tras eso empezamos nuestra gran obra y después de un rato yo me siento especialmente orgulloso de mi trabajo. Se me ocurre mirar el cómic de Lorenzo y el alma se me cae a los pies. ¡Ha hecho una viñeta redonda!, ¡Que genialidad!, ¡Será cerdo!, ¡A mi nunca se me habría ocurrido hacer una viñeta redonda!, ¡Maldito Lorenzo!, ¡¿Es el jodido Leonardo Da Vinci o qué?!. En clase de gimnasia más de lo mismo. Hacemos piruetas en las colchonetas y sentimos que necesitaremos un trailer para llevar las medallas que ganaremos. Le toca el turno a Lorenzo y lo hace igual o mejor que nosotros y mientras se aleja pone cara de -¿Sólo era hacer eso?-. Lo dicho: una putada.

Su cumpleaños. Va a hacer una fiesta de cumpleaños en su casa y estamos todos invitados. Por el ambiente que se destila parece que vayamos a ir a Beverly Hills pero tras dos calles y un ascensor ya estamos allí. Ahora no recuerdo que le regalé pero espero que fuera una mierda. Entramos. Su casa está perfectamente adornada para la ocasión y hay cientos de platos con comida y bebida. Y ganchitos por todas partes. Parece que su padre trabaje haciendo ganchitos por la enorme cantidad que hay. Y botellas de refresco de todos los sabores inventados o por inventar. Solo falta que me diga: -Este sabor lo he inventado yo, dentro de poco se va a comercializar-, ¿Qué coño significa «comercializar»?. Tengo 8 años, ¡Háblame de cromos o de coches! Afortunadamente no ocurre nada de eso. Ha llegado el momento de entregar los regalos: Veo libros, veo agendas escolares, veo rotuladores, veo un chaval de clase que se acerca con un paquete más grande que él. Lorenzo sujeta el regalo y empieza a desenvolverlo. Dentro de la enorme caja hay otra caja, y dentro de esta otra, y dentro de esta otra más pequeña. Al final, resulta ser una agenda escolar y todos nos reímos ante el regalo supuestamente gracioso.

Luego sufrimos una sobredosis de ganchitos acompañada de refrescos varios. Algunos de nosotros somos ingresados en el hospital y al vernos, la recepcionista nos pregunta de donde coño venimos: -Del cumpleaños de Lorenzo- responde alguien. Ocupamos 30 camillas y nos dejan desperdigados por el pasillo del hospital en compañía de yonkis, curas y otras gentes de mal vivir. Un compañero empieza a vomitar como la amiga del Padre Karras pero esta vez el vomito es naranja debido a los ganchitos. Esto provoca una cadena de vómitos en cadena y dejan el pasillo completamente naranja y guarro. El doctor que nos debía atender se niega a hacerlo y nos expulsan de allí como si fuéramos delincuentes así que decidimos coger el transporte público para volver. Llega un autobús y nos subimos los 30 mientras contestamos la pregunta que nos ha hecho el conductor: -Lo pagará todo Lorenzo, que hoy es su cumpleaños-, y le indicamos su dirección mientras algunos siguen vomitando ganchitos encima de los demás pasajeros. Las personas que esperan en la siguiente parada se empiezan a levantar y uno de ellos comenta en voz alta: -Que moderno, ahora hasta los cristales son naranjas-.

© Ilustración: Pere Koniec