Regresa Paul Kersey a las pantallas de cine. Ahora es médico, en lugar de arquitecto, y le da vida Bruce Willis, en lugar de Charles Bronson, pero sigue limpiando las calles de criminales pistola en ristre en El justiciero (Death Wish, Eli Roth, 2018).
Esta película no podía haberse estrenado en peor momento en Estados Unidos, cuando hacía poco tiempo se produjera otro terrible tiroteo en un instituto y en pleno debate sobre el control de armas. Además, el contexto social no es el mismo de cuando el género de los vigilantes se puso de moda, entre los 70 y 80, y su argumento está demasiado asociado a las ideas que sostiene actualmente la NRA. Resulta comprensible que en estas circunstancias, la película no haya sido bien recibida ni por la crítica ni por el público. Supongo que también influye que es una película insípida y no muy interesante.
El justiciero es un remake de El justiciero de la ciudad (Death Wish, Michael Winner, 1974), la cual adaptaba la novela El vengador de Brian Garfield. En aquel momento, la economía en Estados Unidos no pasaba por su mejor momento. La ciudad de Nueva York se encontraba al borde de la bancarrota, con unos índices de criminalidad alarmantemente altos. El justiciero de la ciudad se convirtió en un éxito inmediato por la manera en que explotaba las angustias de los habitantes de las grandes urbes, siguiendo la estela dejada por Harry el sucio (Dirty Harry, Don Siegel, 1971).
Pero es el film protagonizado por Charles Bronson el que establecería las reglas del género a partir de entonces: un ciudadano normal cuya familia/amigo/persona querida es asesinada/violada/atacada de horrible forma y decide tomarse la justicia por su mano. Los justicieros callejeros se harían pronto muy populares en el cine, asociados normalmente a una ideología de derechas. Sin embargo, estas películas no eran bien recibidas en países con gobiernos cercanos a la extrema derecha, dictaduras y estados militares, ya que, en cierta forma, estas películas abocaban por la anarquía. Jesús Palacios escribió un artículo al respecto, incluido en el libro El thriller USA de los 70, argumentando esta teoría. Sin embargo, aunque estoy de acuerdo con este argumento, para mí las películas de justicieros callejeros, en particular del periodo 70-80, son más emocionales que políticas. Su función es explotar fantasías justicieras. Son películas viscerales que, cuanto más pasadas de vueltas y fantasiosas son, mejor funcionan. La cosa cambia cuando el protagonista es un policía, un tema que exploraba de forma magistral la clásica Harry el fuerte (Mágnum Force, Ted Post, 1973). Pero incluso un film protagonizado por un policía que claramente tiene una agenda política de derechas, como Cobra (George P. Cosmatos, 1986), sus personajes son tan pasados de vueltas y la manera de exponer sus ideas es tan ridícula, que uno puede divertirse con el film sin que importe nada más que el espectáculo que se despliega ante él. Lo cual también se aplica a clásicos del género de la justicia callejera como El exterminador (The Exterminador, James Glickenhaus, 1980), cuyo protagonista se deshace de mafiosos con un lanzallamas, entre otros divertidos métodos, o Ángel de venganza (Ms. 45, Abel Ferrara, 1981), en la que su protagonista inicia un viaje a la locura que haría palidecer a Travis Bickle.
Volviendo a Death Wish y Charles Bronson, el éxito de este film provocó que la Cannon se interesara en rodar una secuela. A partir de aquí, a cada nueva entrega, los excesos se hacían cada vez más grandes y Bronson tiene cada vez motivos más ridículos para masacrar criminales. La primera de estas secuelas, Yo soy la justicia (Death Wish II, Michael Winner, 1982), empieza el descenso a la locura, que definitivamente explota en la demencial El justiciero de la noche (Death Wish 3, Michael Winner, 1985). Convirtiendo la saga en puro tebeo con Yo soy la justicia II (Death Wish 4: The Crackdown, J. Lee Thompson, 1987) y El rostro de la muerte (Death Wish V: The Face of Death, Allan A. Goldstein, 1994). Esta última entrega se estrenó cuando el género estaba ya de capa caída gracias a las mejoras económicas y sociales que se produjeron en Estados Unidos. Es decir, una mejora de la situación comparado con como estaba en los 70.
A partir de los 90 y el inicio del siglo XXI, los títulos que se estrenan del género tienen una mayor conciencia social y política, siguiendo la tónica de la obra maestra Taxi Driver (Martin Scorsese, 1976). Aquí nos encontramos con La extraña que hay en ti (The Brave One, Neil Jordan, 2007) y Sentencia de muerte (Death Sentence, James Wan, 2007). Esta última resulta particularmente relevante con el estreno de El justiciero, ya que se basa en Death Sentence, una novela que Brian Garfield escribió como secuela de El vengador cuando vio horrorizado cómo habían trasladado su novela al cine. Garfield escribió una novela en contra de la justicia callejera, pero el film daba la sensación en algunos momentos que la celebraba. La película de James Wan no es muy fiel a la historia de Death Sentence, recuerda más a la historia de El vengador, pero sí que es muy fiel al espíritu de las dos novelas de Garfield. De hecho, Sentencia de muerte se acerca más a ser un buen remake de El justiciero de la ciudad que El justiciero.
El film de Eli Roth sufre de una gran carencia de personalidad. No es lo suficientemente entretenida, pasada de vueltas o divertida como para ignorar su preocupante mensaje político. Las escenas de acción no impresionan y no hay nada de la violencia de tebeo que hace que las secuelas ochenteras del film original sean tan disfrutables. Al mismo tiempo, intenta parecer socialmente consciente y apaciguar cualquier crítica que diga que esta película es una exaltación de la violencia armada. Es completamente esquizofrénica en este sentido. Esta esquizofrenia hace que esté aún más fuera de lugar el gesto final del personaje que encarna Bruce Willis, teniendo en cuenta lo visto anteriormente. Su inclusión se debe, claro, a que Charles Bronson lo hacía también al final de El justiciero de la ciudad. Aunque en el film de Michael Winner sí que tiene sentido y encaja con el personaje, además de que Bronson lo ejecuta con gran carisma, cosa de la que carece Willis en este film. De todos modos, Willis no es lo peor del film, ofrece una interpretación bastante correcta teniendo en cuenta que últimamente lo que hace es pasearse medio dormido por las películas en las que participa.
El justiciero es una aportación mediocre al género de los justicieros urbanos. No aporta nada como remake e ignora por completo la novela de Garfield. Pero la peor injusticia que comete es ser un film aburrido.
Estreno en las salas españolas el 21 de julio
A medida que sus víctimas captan la atención de los medios, la ciudad se pregunta si este vengador es un ángel guardián… o un ángel justiciero.