Bastardos

Bastardos – VI

VI

“Mire, señor del seguro, un tipo venido del más allá usó sus poderes de muerto o lo que demonios fuera esa mirada fulminante y reventó las ruedas de mi furgoneta, dejándonos tirados en un pueblo de mala muerte llamado Los Pardos. Así que, por favor, sea piadoso y no me incremente las cuotas del próximo año.”

Bastardos – VI

Rafi me miró con paciencia. A su espalda, un sol de justicia se precipitaba en el horizonte, las horas justas que necesitábamos para seguir con la investigación sin temer una emboscada por parte de Yuri y sus fiambres.

El mismo autobús de línea que trajo al desaparecido Tom a Los Pardos nos dejó cerca del escenario de sus estudios, unas formaciones rocosas irregulares y salpicadas de cactus que las protegían como un ejército. Al parecer, Carlita, la novia de Tom, tenía cierta incontinencia verbal, así que medio Los Pardos conocía los motivos de su visita, obviando, claro está, el asunto del portal entre dimensiones que Yuri había vendido a su crédulo novio.

“¿Pensáis que puedo conseguir una compensación económica? ¿Denuncio a Yuri?”, insistí.

Mike se volvió e hizo al algo tan repentino y contrario a la unidad familiar como empujarme. Sus manos contra mi pecho, suficiente para que retrocediera un par de pasos.

“¿Qué te pasa tío, estás nervioso?”, exclamé.

Los ojos le ardían o una metáfora igual de intensa. Volvió a empujarme, esta vez con más fuerza, y resistí a duras penas. La verdad es que su fuerza era inhumana, tanto como mi capacidad para parlotear durante horas.

“Que te follen, Mike, no me castigues por velar por la economía familiar”, exclamé.

“Tranquilizaos”, intervino Rafi.

“Estoy muy tranquilo, pero míster me han pateado el culo recientemente y la frustración me va de las sienes a las pelotas, tiene una opinión bien distinta.”

“Por favor…”, insistió Rafi. “El astrónomo anda por aquí. Tenemos que encontrarlo antes de que Yuri lo haga. Temo su reacción cuando descubra que…”

Mike le miró, severo, dándole a entender que podía entrometerse en sus rabietas, pero no desafiar a su inteligencia dando crédito a una teoría de tebeo de superhéroes.

“Pero, ¿y si tiene razón?”, dije mientras mis hermanos enfilaban hacia el promontorio. Mike lideró la marcha. “¿Y si el mismo agujero que nos lanzó aquí puede devolvernos a casa?”

Mike no se detuvo, y Rafi, como mucho, me consoló con una palmadita en la espalda. Suspiré y me sumé a una búsqueda del tesoro entre rocas del tamaño de un edificio de dos plantas. Todas me parecieron iguales hasta que la noche se interpuso y nos obligó a sacar las linternas. Llevó tiempo, y el premio a nuestra perseverancia fue descubrir la entrada de una vieja mina, una grieta gruesa de la que brotaban listones de madera carcomida.

Mike y Rafi se acuclillaron junto a lo que parecían huellas y restos de actividad reciente. Rafi recuperó el envoltorio de una chocolatina, una colilla y diminutos fragmentos de vidrio y metal. Formaban una nada tan inescrutable como la que residía en el interior de la mina.

“Vamos, dejad de mirarla, paso de entrar ahí. Tom no tenía la necesidad de contemplar las estrellas dentro de una cueva, así que dudo mucho que nos esté esperando dentro. Probablemente montó un campamento aquí o en cualquier otro rincón de este maldito desierto, comprobó que la historia es una patraña y se largó con su novia sin compartir las conclusiones con Yuri.”

“Y no han vuelto a su trabajo desde entonces”, dijo Rafi.

“Exacto”, dije con una amplia sonrisa. Mis hermanos la ignoraron y se adentraron en una boca de lobo angosta y húmeda. A los cinco metros de indagar en la oscuridad, solo hizo falta un sentido, el olfato, para intuir qué nos esperaba dentro. Naciera de hombre o bestia, un hedor insoportable dominaba esa construcción centenaria: el aroma de la muerte reciente. Y nosotros, curiosos e inconscientes, fuimos directos a ella.