Dicen que cuando una pareja está a punto de separarse, una de las soluciones de emergencia más recurridas para evitarlo es tener un hijo. Ese dato, citado repetidamente por una de mis amigas de toda la vida y cuya veracidad desconozco, fue el primero que me vino a la cabeza cuando JC, vuestro redactor habitual y mi pareja (sí, Barcelonauta al habla), me dio, delante de su familia y con gran solemnidad -discurso incluido- lo que venía a ser mi regalo de navidad.
Habíamos hablado sobre el tema una semana antes, “¿qué quieres para navidad?, ¿cuanta pasta nos gastamos?” para evitar meteduras de pata y inversiones económicas desiguales. Hasta aquí todo muy bien, muy sistemático, muy al estilo JC, guionista neurótico donde los haya, le gusta definir por adelantado tanto el programa como el espacio de improvisación. Si bien mi indecisión perenne es una de sus quejas más recurrentes, esta vez fui clara: “¡pendientes, quiero pendientes!”. El año entero lanzando indirectas y él sin darse por aludido.
-¡Pero a mí no me gustan los pendientes! Además, ¡con el pelo largo ni siquiera se te verán!
-Pero… a ver, ¿para quién es el regalo?
-Para ti, pero tienes gustos raros, y yo no sé elegir pendientes para daltónicos.
Si hay algo de lo que presume JC es de ser lógico, práctico y hombre de palabra. 2 + 2 = 4. Me había prometido pendientes, y eso esperaba, así que cuando la víspera de navidad apareció con un hámster, no supe cómo reaccionar. Una iniciativa original, valiente, hecha con cariño e ilusión; no te ha comprado lo que querías, pero ¿cómo te lo vas a tomar mal?… sobretodo con aclaraciones como ésta:
– Cariño, yo creo en ti, y como sé que a veces no confías en ti misma, he pensado que cuidando a esta hamsterita te darás cuenta de que ¡al menos eso lo haces bien!
O sea, que me planteaba un desafío digno de alguien en rehabilitación psíquica o social. Chapó. Le miré a los ojos, pero no, no era una de sus parodias de humorista. Sus ojos exhalaban una inocencia hamsteril que me conmovió. Estaba nervioso, quería que lo entendiera. Continuó con las aclaraciones:
– Además, sé que quieres ser más organizada, y el hecho de tener una responsabilidad como ésta seguro que será un buen estímulo para ello.
Sobretodo cuando eres tú el que siempre me pide que sea más organizada, ¿no? Me vino a la mente el título de aquella obra de teatro: Te quiero, eres perfect@, ya te cambiaré.
– Así tendremos algo más en común, ¡un tema del que hablar sin discutir!
La perspectiva de tener un roedor como principal tema pacífico de conversa me puso los pelos de punta. Después de una mágica luna de miel inicial de 5 meses en la que inexplicablemente dos polos opuestos como nosotros se habían atraído sin colisionar (discutir) ni una sola vez, no había habido tregua, tenía razón. Pero, ¿no podíamos encontrar una solución más ortodoxa?
Ortodoxa o no, mientras escribo estas líneas sobre el incidente “paquete regalo bomba de navidad”, a la pequeña bolita gris de denominación rusa le ha dado por salir de la jaula y empezar a olisquearme los dedos, dejarse a acariciar, y hacer otras monerías varias, como roer el cordón del té que me estaba bebiendo… e imitar a los conejitos suicidas haciendo puénting desde la mesa. ¡Uhura! ¿Estás bien?
Parece haber heredado sendas cualidades (aventurera y torpe) de su madre adoptiva.
El caso es que desde que tal personaje (vuestro redactor, JC, no Uhura) entró en mi vida, hemos ido regalándonos sin querer un sinfín de experiencias como ésta, situaciones en las que la ilusión y la buena voluntad del uno chocan diametralmente con los preciados valores e ideales que han constituido la hoja de ruta de navegación del otro durante años. Cosas que se le perdonan al amor, con la esperanza de mejorar día a día. No lo negaré, está siendo divertido. Sólo espero aprender a controlar un poco más los daños colaterales, pronto.
Y a escribir artículos.